Cuando
yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño: mas
cuando fui hombre, deje lo que era de niño.
1 Corintios 12. 11
Esta máxima bíblica reflejaba
claramente mi estado cuando recopilé, hace diez años atrás, mis poemas, escrito
en un espacio menor de tiempo.
He de aclarar que nunca fue mi fuerte
la poesía, pero, no por eso debo ocultarlos o destruirlos como susurros quemados en lo profundo. En
todo caso esa apreciación debo dejarla a usted, casual lector, que es en último
caso, el verdadero crítico de un artista.
Otra cosa, esta recopilación nació con
el propósito de presentarse al Concurso de Poesía de La Revista de los Libros
de El Mercurio de Santiago de Chile de esa fecha. Por lo tanto mis primeros
lectores fueron los jueces de aquella contienda. Y habrían sido los últimos, si
una amiga muy especial no me demuestra su interés de leerlos. Así es como nace
este poemario.
He de esclarecer, no obstante, algo;
cuando decidí participar en aquel
certamen, lo iba a presentar con un poema de mi autoría titulado “los sueños de
mi niñez”. Esto fue en el norte de Chile, en la ciudad de Antofagasta. Cuando
comencé con la agrupación de mis obras poéticas, faltaba no obstante este
verso. Por más que busqué en anaqueles y estropeados artificios personales, no
lo encontré. Éste se había quedado en el despoblado de Atacama, a donde partí
un día a dejar parte de mi niñez, plasmada en escritos y figuras, como mudo
testigo de mi paso por esa tierra. El fuego de una incipiente fogata bajo el
cielo más estrellado que he visto nunca, fue el único espectador del canto de
mi infancia.
Hay que entender lo antes expuesto,
como cuando se le pregunta a un niño: ¿Qué quieres ser cuando grande? A lo cuál
el pequeño interpelado responde: Astronauta, bombero, policía, etc. Llegué,
entonces a la comprensión de este diálogo preestablecido. Fue el momento en que
habría respondido con otra frase, otra idea, con otra cosa. Había dejado de ser
niño. Como lo que establece San Pablo en el encabezado de estas líneas.
Sin embargo, mi opera prima comenzó con otro escrito, con falta de ortografías, por
cierto.
Mi espíritu tendido a la mística, me
hizo suponer que ese hecho afectó mi crédito en el mencionado encuentro.
El tiempo pasó, Nuevo rostro, nuevo destino, hasta que volví a tomar la pluma y
seguir mi capacidad, ya asumida totalmente. Descubro entonces, que aquel
minúsculo percance nunca tuvo la menor incidencia. ¿Había crecido, ya? Por
cierto que sí. Así lo demuestra el poema apéndice que agregue en este siglo:
HACE UN TIEMPO, ESTEFANÍA. Para continuar más adelante con más creaciones.
Las cosas de niño fueron dejadas solo
para enterarme que, queda mucho por conocer como lo plantea la misma misiva
bíblica a los corintios:
Ahora
vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco
en parte; pero entonces conoceré como fui conocido.
1 Corintios 12. 12
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