EL PUMA CORAZÓN DE HOMBRE Y LA VIRGEN DE LAS ROCAS
Juan Rojas Olivares
Autor: Juan Rojas Olivares
Diseño de Portada: Sebastián Rojas Gómez
A
Ella
La
Ñusta
Índice
1.- La Selva y al Misión de San
Francisco.
El hombre y la bestia, viajeros del desierto, encuentran su salvación
en un oasis, que a tramos específicos aparece como un espejismo en medio de la inclemencia
del paisaje. Es el caso de La Selva, un vergel donde se concentraba toda la
vida que podía parir aquella naturaleza salvaje del Norte Grande de Chile. Esa
era la razón por la cual hombres y animales, predadores y presas debían
convivir en armonía, pues una ligera variación en el equilibrio del sistema y
estaban todos condenados, pues afuera era la sequía, la radiación y la muerte
definitiva de todo.
La Selva no admitía ningún elemento extraño, la ecología del
lugar era muy estricta con respecto a sus recursos, que a cada cual le
correspondía lo suyo; los ciclos del año se sucedían con singular parsimonia,
sin que se afectara su estructura.
Pero el agua y las almas, almas de hombres no bautizados en
la Fe de Cristo, atrajeron a otros hombres, unos que venían allende la
Cordillera; que en nombre de Dios y el Rey se instalaron en la Selva, que los
atacameños llamaban Copayapu.
Fray Pedro, fundó la misión de San Francisco de la Selva, con
el objeto de bautizar a “los naturales de Atacama”. Eligió como patrono a San
Francisco de Asís, pues era tal la diversidad de animales salvajes, que
justamente necesitaban de su protección. Esta diversidad se componía de
multitud de aves, como las parinas, las palomas, los halcones, que desde las
alturas podían ver aquel trozo verde en medio de una sequedad absoluta. Los
mamíferos eran los conejos, las alpacas y los pumas, multitud de pumas, amos
absolutos entre La Selva y el Altiplano Andino.
Eran estos grandes felinos, animales estilizados y sutiles
como el viento de la pampa, su color, el color de los cerros despejados, una
vida errante y solitaria, en apariencia. Pues, cuando llegaron los extranjeros,
y vieron el peligro que representaban estos pumas a sus rebaños, los
persiguieron sin tregua, a tal punto que ellos tuvieron que crear comunidades
en las quebradas para poder sobrevivir.
2.- El cachorro de puma Pandu.
La lucha se extendió en el tiempo, pero desde el principio la
fuerza estaba al lado de los hombres. Muchos pumas desaparecieron y muchos
murieron. La guerra terminó, los hombres quedaron, y La Selva pasó a ser un
departamento civilizado de dominio cristiano. Atacameños y españoles vivían,
como debe ser, en la capital, la Misión de San Francisco de la Selva, en
relativa calma. Amos y sirvientes ya no tenían que preocuparse de animal
salvaje alguno ya que todos habían sido exterminados. Por este motivo fue que
llamó tanto la atención a Fray Pedro, cuando en su peregrinar en medio de los
tamarugos en busca de almas para bautizar, encontró a un cachorro de puma al
lado de una hembra que yacía muerta en la arena.
El cachorro lloraba con su chillido de gato junto a su madre
inerte, una situación más curiosa que patética, por lo extraño en esas
latitudes y en ese tiempo.
Fray Pedro que se creía asistido por el espíritu de San
Francisco de Asís, le habló al cachorro:
-¡Cuchito, Cuchito!
Vamos a la Misión, yo te criaré y serás un buen cristiano, como criatura de
Dios que eres.
El cachorro se le acercó maullando y acariciando sus piernas
con su cuerpo, lo siguió sin más a la Misión. Allí el fraile lo domesticó y lo
cuidó como a una persona más. Lo bautizó, y les dio las primeras lecciones del
catecismo, pues sabía que estos leones vivían más rápido que los humanos, por
consiguiente todos los sacramentos se le iban a suceder en menor tiempo que a
un niño atacameño. Lo bautizó con el nombre de Pandu, que creyó era el nombre
con que los naturales lo denominaban.
Pronto Pandu fue la mascota de la Misión, y consideró a
indios y europeos de su propia camada. Fray Pedro lo educaba día a día por el
buen camino del cristiano, enseñándole la Biblia y las vidas ejemplares de los
Santos; sobre todo de San Francisco y de cómo él se comunicaba con el resto del
reino de Dios.
-Esta Misión tiene como patrono a San Francisco que nació
hace muchos años atrás en Asís, en Italia. Este fue un gran hombre en la fe de
Cristo, y Dios le dio el poder de comunicarse con las bestias, para enseñarles
el camino de la virtud. Y como él está presente en este lugar, su espíritu
permite que yo me comunique contigo.
El cachorro aprendía y aprendía, y cada vez era más humano,
hasta que aprendió a hablar, según creyó el fraile.
Fue entonces cuando comenzó la comunicación entre el puma y
el fraile, creando un lazo de amistad entre ambos. Les gustaba charlar en los
límites de La Selva.
-Tú naciste de una leona, allá en el Altiplano – le decía el
fraile a Pandu, mirando ambos al poniente, mientras el cielo se iba tiñendo de
rojo intenso en el crepúsculo.
-Padre, yo no me acuerdo de nada del desierto, sin embargo,
siento como un llamado de la Cordillera, es como un lamento, que viene del
viento de la puna, y lo siento, no en mis orejas, sino en mi vientre, y me dan
ganas de rugir y correr al despoblado. Otra vez
me despierta un canto lejano oculto en la camanchaca, entonces comienzo
a ronronear.
-Sin duda el paisaje es absorbente y muy bello, pero allí no
sobrevivirías ni un día, sé que tu alma salvaje te llama a abandonar la Misión,
y errar por aquellos paisajes de ensueño. Tú eres muy querido para mí, así que
jamás te mentiría, créeme, estás mucho mejor aquí. Además pienso, esto te lo
digo con mucha tristeza, que eres el último puma en todos los Andes, mi calidad
de naturalista así me lo dice. Sé que para ti es muy triste vivir como único de
tu especie. Pero todos te queremos, y nunca estarás solo, eso te lo prometo.
Pandu se quedó callado mirando el desierto; ya empezaba a
oscurecer y el viento helado de la pampa soplaba con más fuerza.
-Ya, vamos a tomar la cena: leche con carne de llamo – invitó
Fray Pedro, y pasó su mano por la cabeza del felino, y este sonrió ronroneando.
-Ja, así me gusta, sin tristeza, que tu vida es corta, y no
tienes que desperdiciarla.
Ya en la capilla, Fray Pedro le sirvió la leche de cabra que
siempre tomaba antes de acostarse, mientras le comentaba.
-Mañana llegará de Caldera un cargamento con víveres y
algunos utensilios que usaremos para el Carnaval.
-¿Qué es Carnaval? – pregunto Pandu, con los bigotes blancos
con la leche.
-Límpiate esos bigotes, mira que pareces un glotón. Carnaval
es una fiesta del Altiplano Andino, que celebra la Pascua Cristiana, aquel
glorioso día en que Nuestro Señor Jesucristo subió a los cielos en cuerpo y
alma. Pero los atacameños antes de ser cristianos celebraban ese día otra fiesta
que tenía que ver con la fertilidad, la unión de la semilla con la tierra. Para
esa ocasión se reunían todos los pueblos de los alrededores y elegían a un
carnaval, que representaba la semilla y a una carnavala que representaba a la
tierra. Tres días de baile y jolgorio en que el carnaval perseguía a la
carnavala hasta hacerla su mujer.
-¿Qué es mujer, Padre?
-Ahora que pienso, nunca has visto una mujer. La mujer es el
equivalente a tu madre, o sea la puma, de tu especie, la que da a luz, pare los
cachorros. La Virgen María era una mujer, una mujer pura y santa, la madre de
Dios.
Pandu se lamía aseándose, escuchando atentamente, pensando a
la vez como sería una mujer.
-No olvides tus oraciones.
Pandu se acostó tranquilo, mecido por las estrellas de aquel
límpido cielo. Estaba ya durmiéndose, cuando escuchó en las quebradas un rugido
largo y profundo, que altero a las cabras y llamas. Era sin lugar a dudas un
rugido de Puma. Pandu se quedó escuchando aquel llamado hasta soñar, soñar con
las cumbres andinas.
3.- El cuadro La Virgen de la Rocas.
Despertó avanzada la mañana por los ruidos de ajetreo que
venían de la capilla. Se levantó y fue a ver qué pasaba. Se encontró con gente
que no conocía que charlaban con Fray Pedro. Este estaba recibiendo unos
paquetes, y fardos para el carnaval. Abriendo uno de ellos, pudo observar que
tenía serpentinas de papeles de colores, challa,
entre un montón de objetos interesantes. Pandu, se acercó, mientras algunos
trabajadores lo miraron con desconfianza.
-Está domesticado – les replicó Fray Pedro – Y tú, estuviste
rugiendo toda la noche, las cabras y las llamas no pudieron estarse tranquilas
por el susto que les causaste – le dijo mientras sacaba un cuadro, que al
sostenerlo abarcaba todos sus brazos extendidos. Lo contempló, sonrió y se lo
mostró a Pandu, al tiempo que éste iba a reclamar que no había sido él el que
estuvo rugiendo en la noche.
-Ella es la Virgen María, ella es bendita entre todas las
mujeres. Conócela.
Pandu observó el cuadro. En él aparecía en primer plano una
mujer de pelo castaño claro, de finas facciones, cubierta con una capa de raso
azul con fondo dorado sostenida con un dije de una piedra oval negra, abrazando
a un niño que sostenía una cruz: a sus pies otro niño que estaba saludándola y
a la derecha otra mujer con alas de águila y todos con un sentimiento de paz
reflejados en sus rostros. Estos personajes se encontraban como en una caverna
y afuera se veía un paisaje muy parecido a la Pre cordillera en un atardecer,
por la abundancia de rocas y cerros que a lo lejos se divisan, además de un
lago, como el Salar de Maricunga, que
solo de referencia conocía. A los pies del cuadro unas flores cafés, como la
vegetación del desierto. La mujer y el niño tenían un círculo dorado sobre sus
cabezas.
Se quedó observando a la Virgen; había algo que le atraía de
sobremanera, era esa postura de tranquilidad. Esa era la madre de los hombres,
así debió haber sido su mamá. Y el paisaje, que hermoso paisaje, era el lugar
en donde había nacido. Y esa otra mujer, una mujer mezclada con la naturaleza,
una mujer - águila. Definitivamente ese cuadro, era un cuadro de los antiguos,
de aquellos tiempos que solo en su memoria instintiva alcanzaba a vislumbrar.
-¿Esa es mujer? Es muy parecida a los hombres, pero hay como
una nube que la hace diferente, una nube que parece dulce, cómo cuando tomamos
leche con miel. Me imagino, que estar cerca de ella debe ser como un ronroneo
continuo.
-Ja. Sí, eso pasa cuando uno está cerca de una mujer. Es una
sensación extraña, que aún yo no he podido comprender.
-¿La mujer puede transformarse en águila?
-No, esa no es una mujer es un ángel, que cuida a María, la
madre de Dios. Y ese niñito es Jesús, el hijo de Dios.
-¿Ese paisaje es la Cordillera?
-No, ese es un lugar muy lejos de aquí, se llama Palestina,
pero es muy parecido al Altiplano Andino. Así lo debió imaginar el autor de
esta pintura. Su nombre era Leonardo da Vinci y esta, su obra, se llama “La
Virgen de las Rocas”.
La Virgen de las Rocas, pensó Pandu, es el ser más hermoso de
La Selva, y quizá de todas partes. Si todas las mujeres son como La Virgen de
las Rocas, el mundo debe de ser un lugar muy feliz. Y un sentimiento de
bienestar se apoderó de él, y se quedó con la imagen de La Virgen en su mente.
Qué sentimiento más extraño, sin embargo, se sentía muy bien.
-No te olvides que mañana comienza el Carnaval. A sí que
mañana hay que levantarse temprano, y hoy hay que preparar la fiesta.
El resto de ese día, la comitiva estuvo trabajando con los
adornos para la celebración. Prepararon
los papeles de colores con formas de animales, pájaros y cóndores. Pandu estaba
atareado ayudando al fraile cuando oyó el comentario que iban a venir mujeres
al Carnaval. Pensó que esa era la oportunidad para conocer a estos seres tan
singulares que su curiosidad despertaba. Anduvo todo el día con un cosquilleo
en el estómago, que le dio una actividad inusual, en jugar, correr y ayudar a
Fray Pedro, hasta quedar cansado a la hora de dormir.
-Será una fiesta muy alegre, aunque después todos quedarán
muy tristes cuando el Carnaval concluya, como es tradición, entonces se hace
una despedida que se llama Cacharpaya.
Y la fiesta, un jolgorio, queda en la memoria de todos como lejana y
nostálgica.- Le dijo Fray Pedro al momento de dejar al puma acostado a la
intemperie de aquel despejado cielo.
Pandu se quedó pensando en la fiesta y en cómo serían las
mujeres, si es que todas eran como La Virgen de las Rocas; estos pensamientos
lo mantenían intranquilo y feliz a la vez, mientras trataba de dormir.
4.- El abuelo.
La Misión empezó lentamente a entrar en sopor; la noche se
apoderó de todo, comenzó la calma y solo el viento con su susurro monótono
mecía el sueño de cada uno. Pandu, ya más relajado estaba durmiéndose, cuando,
entre unos matorrales que eran solo una sombras a esa hora, vio dos ojos
brillar en la negrura. Pandu, que sabía que solo los felinos tenían esa
característica, reconoció inmediatamente a un puma viejo, al momento de salir
de su escondite, debido a que, como se sabe, los felinos pueden ver en la
oscuridad.
Pandu se sobresaltó, irguiéndose inmediatamente en posición
de ataque.
-¡Cálmate, cachorro! Ve que soy de tu misma sangre.
Pandu, se dio cuenta, ipso
facto, de que tenía al frente un
puma, un animal de su especie, en definitiva, un ser de su familia.
-¿Quién eres? Pensé que era el último de mi especie, así me
lo dijeron aquellos con los cuales vivo.
-¡Humanos! Son los culpables de nuestra extinción. Soy tu
abuelo, el padre de tu madre que no alcanzaste a conocer. Te vi desde lejos,
hace tiempo, y no quise intervenir en tu vida. Pero ya estoy viejo y voy a
morir. Así que vengo a traspasarte lo único que tengo, la inmensidad de la
puna. Acéptalo o déjalo, es tu elección, en cualquier caso vengo a despedirme
de ti. El puma viejo se acercó y se sentó al lado de Pandu, y sin más comenzó a
relatar.
-Hace muchos años nosotros los machos pumas vivíamos solos,
orgulloso de nuestra libertad. Pero cuando él vino, todo cambió, si hasta el
cielo dejó de ser el mismo, los primeros en caer justamente fueron los machos
más fuertes, y los que quedamos, yo era joven en ese entonces, nos organizamos
y unimos fuerzas, de ahí creamos la Comunidad Puma. La lucha duró años, la
población de pumas fue diezmada, sino a punta de cañón, en la más terrible de
la hambruna. Fue lo que le pasó a tu madre. Yo no la pude ayudar, pues estaba
en la Cordillera, al menos tú pudiste sobrevivir, aun entre los hombres. Mis
compañeros fueron cayendo uno a uno, yo soy el único que queda de ellos,
alimentándome de conejos y cactus. ¡Imagínate! ¡Un puma comiendo vegetales! Eso
lo aprendí de un oso que pasó por aquí huyendo de Lima. A ellos les pasó lo
mismo. Compartimos un tiempo, hasta que se volvió loco, creo que partió al sur,
a morir supongo. Yo no quiero que me pase lo mismo, aunque no tengo opción, al
menos quedaré con la satisfacción de haberme despedido de mi nieto, el único y
auténtico Último Puma.
Este relato causó una profunda pena en Pandu, comprendió que
era un animal salvaje, y sintió la sangre llamando a la sangre. Si hasta su
dialogó no consistía en palabras, sino en movimientos y gruñidos. Una
comunicación ancestral que no necesitó nada ni nadie que se lo enseñara. La
sangre llamando a la sangre.
-Abuelo, iré contigo.
Lo miró con alegría y pena a la vez.
-Bebe todo lo que puedas ahora, el camino es largo hacia la
puna.
Y acercándose a él, se restregaron sus cabezas y comenzaron
su viaje. Unos metros más allá de la misión, Pandu miró la capilla y se dijo a
sí mismo en lenguaje humano.
-Adiós, Fray Pedro, nunca lo olvidaré. Pero mi camino está
hacia la Cordillera.
Y se alejaron aquella noche en silencio hasta abandonar los
límites del La Selva. Los alcanzó el día y el calor los obligó a descansar a la
sombra de un pedregal. Cuando se estuvieron en silenció se oyó a lo lejos un
susurro constante. Pandu puso atención y se pudo dar cuenta que era música,
música del Carnaval.
-Es el Carnaval…- dijo Pandu mirando al oasis.
-En los primeros tiempos los carnavales eran muy diferentes a
los de ahora. El Carnaval era una fiesta mística en que los atacameños se
convertían en sus animales guardianes, algunos se convertían en pumas, otros en
cóndores. Los atacameños y pumas vivíamos en paz en esas fiestas
Pandu pensó en la pintura que había visto el día anterior, y
se acordó del ángel. El ángel era un atacameño que se convirtió en cóndor, de
seguro; fue su conclusión. La Virgen de las Rocas debe de ser una mujer
atacameña, en un carnaval, pensó, y sus pensamientos empezaron a divagar,
mientras escuchaba los ecos de la fiesta lejana.
A la tarde, emprendieron el viaje al Altiplano, y su camino
fue lento, y a ratos, penoso, El paisaje comenzó a cambiar, y Pandu dejo de
reconocer los parajes y el entorno de pronto le pareció extraño. La temperatura
empezó a bajar y la noche comenzó a cubrir todo el lugar. Los caminos
desaparecieron para dar paso a rocas filosas y tierra chusca sin indicio de intervención humana. Comenzaba la tierra
salvaje en la puna. El abuelo rugió desde lo alto de la montaña, cosa que imitó
Pandu, quien lanzó su gruñido al viento nocturno con todos sus pulmones, a la
vez que el eco le devolvía un sonido confundido con el viento.
-Esta es tu naturaleza, aquí vas a limpiarte de todo rasgo
humano. Volverás a ser un puma. Todo lo de la Misión y sus enseñanzas con
tantos detalles va a quedar atrás… ¡Bienvenido a tu nuevo hogar!
5.- Vuelta a la vida Salvaje y deceso del
abuelo.
En efecto la vida cambió para Pandu. Su abuelo le enseño a
casar vizcachas y conejos de la puna; le enseño a respetar toda la escasa vida
de la Cordillera. Los días desaparecieron, sus ciclos fueron los ciclos de los
animales y comenzó a olvidar paulatinamente a la Misión. Mientras pasaba de una
estación seca a una fría, la imagen de Fray Pedro le parecía cada vez más
difusa, y el cariño a todo lo humano se le iba escondiendo cada vez más en su
mente. Hasta que volvió a ser completamente salvaje. Olvido su nombre y tomo la
última conciencia de que era el Último Gran Puma.
Hacía tiempo que su abuelo no lo acompañaba a cazar, su
estado de salud era cada vez más débil, ambos sabían que el invierno del
Altiplano vendría muy crudo esta temporada, y la comida escasearía.
Un atardecer, esos especiales, en donde el cielo se torna de
todos los colores antes del anochecer, Pandu regresaba a su refugio, una
hondonada en la pared de un volcán de los Andes, donde reposaba sus últimos
instantes su abuelo. No traía nada para comer, signo claro que llegaba los días
fríos.
Apenas lo vio en aquella oportunidad y supo que su abuelo se
iba.
-Hijo – dijo con un hilo de vos – Inti me llama, el gran
señor de los pumas, hace un rato lo he visto... ¡Escucha! Evita acercarte a los
hombres. Sé un puma toda tu vida. Muere como puma, pero sobre todo busca, busca
a otro puma. ¡Te quiero hijo!, ¡Adiós!
-¡Adiós, abuelo! Saludos a Inti.
Se quedaron en silenció. El abuelo cerró sus ojos, y expiró,
al momento que el viento se colaba por la boca de la cueva.
Pandu, arrastro el cuerpo y lo llevó con gran esfuerzo a la
cima del volcán y lo dejó expuesto con piedras alrededor. En realidad lo estaba
enterrando, cómo él pensaba que debería ser enterrado un ser querido. Se acordó
de los hombres pues esta era una práctica de ellos.
-¡Inti! Recibe a mi abuelo.
Se le quedó mirando hasta que el viento comenzó a arremeter
con violencia, que lo obligó a descender. El paisaje se tornó gris, aún para
sus ojos de gato, mientras retornaba a la cueva ya con la seguridad que no
podría salir en algún tiempo pues con la tormenta iba a ser imposible vivir a
la intemperie. Al momento de llegar a su hogar ya el granizo caía copiosamente
y dispersado con gran fuerza por la tempestad reinante. Se acurrucó escondiendo
la cabeza entre sus patas, quedando un ovillo que solo la helada colada a la
cueva mecía su pelaje café.
Con el frío, ya varios grados bajo cero, durmió en un estado
latente. Soñó con Inti, el verdadero Dios, que según el abuelo era más
ancestral que el Dios de los hombres, y a cuya devoción se abocó, según lo
había entendido, pues era puro salvajismo, pura tierra. Inti, en su sueño era
un puma que recogía al abuelo y ambos lo saludaban desde la furiosa tormenta
hasta que se perdían en la negrura de la noche. El soplido del viento quedó en
suspensión y a lo lejos sintió los sones del Carnaval, escuchó a los hombres
cantar, entre zampoñas y quenas de huesos, y entre este envolvente ritmo oyó la
voz de un humano, más agudo y más hipnotizante, que reconoció como a una mujer,
la Carnavala, y se la imaginó igual a la Virgen de las Rocas. A intervalos,
callaban las zampoñas y con el tum – tum
de los tambores cantaba la Carnavala, que era como una puma hembra, a la cual tampoco nunca había visto,
que lo llamaba. La llamada en aquel trote era la de compañía. Pandu se supo
solo, y un abatimiento cayó sobre él, de tal forma que despertó muy triste,
después de quizá días de dormir. Estaba débil y muy hambriento, con varios
kilos de menos y atontado.
6.- El Hambre.
Afuera la nieve cubría todo, ya dura como el hielo: El Sol
brillaba alto, en un cielo despejado, sin entregar el calor necesario para
cualquier actividad, no así su luz que al ser reflejado en la blancura hería
los ojos, aún los de él. El frío era intenso, aunque no soplaba viento,
instancia que aprovecho para salir a buscar alimento. Con mucha dificultad para
desplazarse en aquellos paramos congelados, estuvo deambulando, con su olfato
agudo buscando algo para digerir oculto en la nieve. Las pocas horas de luz
acabaron su esfuerzo y con la misma hambre tuvo que retornar a su refugio
cuando el viento implacable comenzaba a obtener su dominio como cada invierno.
Así estuvo por días, saliendo de su hogar cuando las
condiciones del tiempo lo hacían posible; pero invariablemente volvía sin nada
en el estómago. Su instinto le indicó que no podía seguir en esa condición,
sino que necesitaba descansar en un reposo absoluto hasta que llegara la
estación calurosa. Y así lo hizo, permaneció en un estado de sopor en donde su
mundo animal se mezclaba con el mundo humano de La Misión. En varias ocasiones
vio en sus alucinaciones, a la Virgen de las Rocas, brumosa y lejana, al oso
que conoció el abuelo y un montón de impresiones más.
Hasta que llegó el calor; la nieve comenzó a derretirse y el
agua corrió al río Copiapó a regar el vergel a San Francisco de la Selva. La
comunidad cristiana y atacameño celebró la llegada del tiempo benigno con
fiestas, cuyos sones iban a parar a las altas montañas como un rumor que
rasgaba suavemente el aire en calma del Altiplano. Pandu sintió aquella
melodía, y tardo en darse cuenta que no era un sueño: así que abrió los ojos y
salió con dificultad hacia el exterior donde el paisaje mostraba el escaso
verdor, signo que reflejaba que el invierno se había ido. Pero, estaba tan
enfermo, que no tenía ni fuerza ni para alegrase. Con paso penoso salió en
busca de comida, para encontrar solo sobras que dejó la nieve y que no fueron
despreciadas por su ser hambriento.
Con el paso del tiempo, Pandu pudo comprender, que no solo
era el último puma del Altiplano, sino que al parecer, era el único habitante
de aquellas cumbres, sin mencionar a las escurridizas parinas, aves muy
asustadizas, que hacían imposible su caza merodeadora. A ese ritmo, escasa
carroña y agua, sus días estaban contados. Fue entonces, cuando se acordó de las
cabras de la Misión; era su única oportunidad. Aunque estaba cierto que no
podía volver con los humanos, pues ya era un puma completamente salvaje, por lo
tanto un peligro para los rebaños de los hombres. Y a pesar de lo prometido a
su abuelo, tendría que atacar sus rebaños de noche para evitar su inminente
muerte.
-¡Perdona abuelo! Pero, tengo que comer algo, o sino tu
última esperanza, yo, te irá a acompañar antes de lo previsto junto a Inti –
dijo mirando al cielo.
Planeo su escapada bajando de día por el río hasta las
cercanías de La Selva, allí esperaría la noche para tomar algún cordero o cabra
y huir a su hogar lo más rápido posible, hasta que fuera nuevamente necesario.
7.- La Ñusta Wani.
Y así lo hizo, caminó de día por el hilo de agua que forma el
Copiapó, muy alerta para no ser visto por algún viajero casual, ya que sabía
que ahora era su enemigo y aquel no dudaría ni un segundo de descargar en él
toda la ira y su temor hacia su especie.
Llegó a un tamarugal, cerca del oasis, y allí se dispuso a
descansar oculto en un pajonal; estaba dormitando, sin por ello bajar la
guardia y fue esa la razón por la cual inmediatamente reaccionó al ruido
producido por cabras que venían a beber al manantial. Se mantuvo al acecho, ya
que no dudaba que eran ganado doméstico y por lo tanto con algún pastor habían
de venir. El olor le confirmó la presencia de alguien cerca; era un olor como
de flores de La Selva; era de humano, sin duda, pero un humano diferente, pues
un aroma suave y dulce le llegó a sus sentidos. Y en la voz, llamando al
rebaño, la reconoció, era la Carnavala, La Virgen de las Rocas; el pastor era
una mujer. Con mucho sigilo y ansiedad se acercó al rebaño, cubriendo, siempre
con mucho cuidado, en el pajonal. Hasta que la vio; era la Virgen de las Rocas.
Vestía la pastora un blusón delicado blanco que cubría un
cuerpo esbelto y delgado, en el cuello tenía un collar con una piedra negra;
sus facciones eran finas, su pelo castaño oscuro y su piel bronceada, no
obstante clara. Estaba sentada en una roca refrescando sus pies en el agua,
mientras les hablaba a sus cabras. La luz reflejada en el agua le daba un
aspecto celestial. Era el ser humano más hermoso que había visto. La áurea que
proyectaba le confirmó que efectivamente era La Virgen de las Rocas, pues
aunque su visión era monocromática, podía sentir en todo su ser la gama de
colores en aquella imagen. La visión que tenía al frente le hizo bajar la
guardia, cosa que las cabras pudieron advertir la presencia del puma,
arrancando bruscamente hacia el despoblado. La mujer reaccionó a la vez y se
puso de pie asustada.
-¿Quién está ahí? – dijo con angustia al saberse en peligro,
sentimiento que notó el puma. Y desde los matorrales le hablo.
-No me tengas miedo, no te haré daño - dijo
-¿Quién eres? – preguntó sin bajar la guardia.
-Soy Pandu, de la Cordillera
-Eres atacameño
-No, soy un puma
-¿Un puma?, ¿Te burlas de mí? ¿Qué quieres?, ¡Asustaste a mis
cabras! Y por qué no te muestras – decía atropelladamente.
-Soy un puma y solo busco algo de comer, me acerqué a ti,
pues te olí de lejos. ¿Eres la Virgen de las Rocas? ¿Verdad?
-¿Qué? – decía mientras Pandu se dejaba ver.
-¡Oh, Cielo Santo! ¡Es cierto! Eres un puma, y hablas, ¿cómo
es posible?
-Me crie en La Misión y aprendí a hablar con los hombres.
¿Eres la Virgen de las Rocas? – insistió
-No, soy una heredera ñusta[1],
una pastora, y mi nombre es Wani, pero fui bautizada como Estefanía. Debe ser
por eso que te entiendo. Nunca le creí a mi padre que el atacameño podía entender al puma. Es más pensé que
ya no quedaban pumas.
-Mi nombre es Pandu y soy el último puma en el Altiplano
Wani se acercó a Pandu y temerosa le acarició la cabeza. El
puma sintió su mano trémula y junto con la felicidad sintió una profunda pena.
-¡Pobre! Debes de estar muy solo, porque no vuelves conmigo a
San Francisco de la Selva – le dijo con cariño.
-No puedo, he vuelto a ser salvaje y
por lo tanto ahora soy el enemigo del hombre.
-Y ¿cómo no me has hecho daño? Si fueras salvaje, ya me
habrías atacado, y no podría estar hablando contigo.
-Es que tú eres…te pareces a la Virgen de las Rocas, la madre
de su Dios. Eres tan hermosa…Y me siento… - al decir esto último se tendió en
el suelo, claramente debilitado y con escalofríos.
-Pandu, ¿estás enfermo?
-Estoy muy débil, no he comido en
semanas – le dijo levantando una pata como para tocar su rostro.
Wani tomo una alforja y sacó un trozo de charqui que paso al animal. El puma tomó la carne con el hocico y
la comenzó a masticar lentamente, en una acción mecánica pues estaba pensando
en la ñusta. Una vez hubo comido, miro a la pastora con unos ojos profundos.
Wani le devolvió una mirada triste.
-No tengas pena por mí, me doy cuenta que no puedo estar
aquí. Mi abuelo, que ahora está con Inti, nuestro Padre, me dijo que era el
último puma, y ese era mi destino; me dijo que no volviera con los hombres, que
si iba a morir que muriera como un puma, solo en mis dominios, que mi Dios me
ayudaría. Pero el hambre era tal que tuve que bajar a buscarla a sus rebaños.
Pero nunca me imaginé que te iba a encontrar aquí, pues es que te conozco desde
que te vi en un retrato en La Misión, si bien eres una ñusta, para mí tú eres
la verdadera Virgen del Rocas, no podría ser de otra manera. Ahora no podré
atacar tu ganado, y tampoco podré tomar alimento de ti…
Fue interrumpido por el grito de un hombre, que lo hizo
reaccionar en forma violenta hacia el origen de la voz. Se trataba de un
hombre, al parecer un atacameño, aunque su vestimenta reflejaba a una persona
de La Misión; sostenía una carabina y le apuntaba directamente.
-¡Estefanía! ¡Cuándo te dé la señal, corre! – volvió a gritar
-¡No hagas nada, José! – le gritó a su vez Wani. Es un puma
manso, además es el único puma queda.
A un descuido de José, Pandu salto sobre él, lo derribo y fue
a esconderse entre el pajonal. Se mantuvo vigilante camuflado entre los
tamarugos, mientras los escuchaba conversar. Los miró cauteloso a la distancia
-Es un puma manso, lo único que quería era comer. Le di un
poco de charqui. –Le decía Wani,
moviendo las manos y señalando a su dirección. Si hubiera sido bravo habría
atacado a las cabras.
-Me asusté, no puedes culparme, sabes cuánto te amo. –Le
respondió mientras le tomaba la mano y la abrazaba.
Te amo, fue la frase que le quedó sonando. Y al ver como se
alejaban abrazados reuniendo las cabras, comprendió lo que sentía por Wani, era
ese sentimiento que José le mostraba. Un cariño especial; Pandu sentía lo mismo
por Wani, la ñusta, la verdadera Virgen de las Rocas. Wani siempre había estado
en su corazón, y él no podía saberlo, pues aún no la había vista hasta
entonces. Su sentimiento iba más allá de la compañía; era algo de cariño, el
mismo reflejado en la celestial pintura de las rocas, con los niños y la mujer
águila, el ángel que le había dicho Fray Pedro.
Se quedó quieto mientras veía como se alejaban, pastores y
rebaño, hasta que solo se escuchó el sonido de agua corriendo entre las peñas.
En esa posición esperó hasta que estuvo seguro que se habían ido, cuando sintió
un ruido en los matorrales, como que algo caía. Atento miró a esa dirección, y
cauteloso se acercó. Vio en el suelo una cabra pequeña claramente agónica quejándose.
Al momento de percatarse que no había peligro, sintió el imperativo de atacar y
saciar su hambre, pero se recordó de Wani y desistió. Decidió que lo mejor era alejarse cuando
antes de ahí.
Se alejó lo más rápido de aquella escena; cuando iba ya bastante
alto, pudo observar una humareda, oler a la distancia a perros silvestres y oír
sus ladridos.
-Perros salvajes – pensó y no dio mayor importancia al
asunto.
Ya en su refugio en el Altiplano planeo el resto de su vida,
sabía que no le quedaba mucho tiempo sin que Inti lo reclamara. La búsqueda de
alimentos iba a ser su prioridad y el mínimo gasto de energía iba a ser su
constante, en esta, seguro, su última etapa en la tierra.
Los días que pasaron lo repartió entre: salidas a terreno si
la providencia le deparaba, al menos, carroña para mantenerse, y un reposo
absoluto, sobre todo en el día que era cuando más se cansaba. No obstante era
en estos ratos de descanso cuando más pensaba en Wani; no podía sacarla de su
mente. En su estado de sopor, con aquel cruento calor, alucinaba. Se veía a sí
mismo hecho persona junto a la ñusta en las rocas del río, estaban en silencio,
solo observándose, tomados de las manos, sin decir palabra. Otras veces
ensoñaba a Wani como una puma que lo iba a buscar a su refugio y ambos subían a
las cumbres más altas de los Andes y desde allí juntos rugían a los vientos
cordilleranos; era lo más alto que podían llegar, el éxito en compañía. Cuando
caía la tarde se despertaba del todo y comprendía sus sentimientos.
Así pasaron los días y las semanas, disputándose sus festines
con los cóndores de las alturas, pero la recompensa era menor que la inversión
de sacrificio y fuerza, que se exigía subir hasta los salares de la puna, para
retornar a la madrugada a su refugio varios kilómetros más abajo.
8.- Perros salvajes.
El tiempo, el hambre y sobre todo el recuerdo de la pastora,
lo convenció de volver a aquel tamarugal. Sin pensarlo mucho, pues sabía que
arriesgaba la poca vida que le quedaba, se encaminó, siguiendo su anterior
camino por el Río Copiapó, con la esperanza de que antes de abandonar este
mundo viera por última vez a Wani. Mientras bajaba por la orilla del río,
pensaba en los sentimientos que lo movían hacia la ñusta, sin siquiera con la
seguridad que podría verla. Se acordó de José, y su frase dirigida a ella: Te
amo Wani; se sorprendió diciéndolo en voz alta. Lo repitió y comprendió que la
amaba de verdad. Sentía amor por la pastora, la Carnavala, la ñusta, la Virgen
de las Rocas, la belleza de su árido y salvaje mundo.
Cansado llegó al tamarugal, se acostó en el pajonal
camuflado, con la esperanza de que apareciera el rebaño con su pastora.
Permaneció quieto, con todos los sentidos atentos, hasta que olió y oyó a las
cabras y a Wani convidándolas a beber agua en la orilla. Pandu se levantó con
el corazón latiéndole aceleradamente y se acercó sigiloso a la muchacha.
-Wani – le dijo en un susurro
-¡Pandu! Qué haces aquí, no debes aparecerte por estos lados,
arriesgas tu vida. Un grupo de hombres de San Francisco de la Selva organiza
una cuadrilla para darte caza. Se sabe que eres peligroso, pues todos vieron
como dejaste a una de mis cabras.
Su voz reflejaba miedo, cosa que el puma noto inmediatamente.
-No ataque a tu cabra, sólo la vi que estaba enferma a punto
de morir. La deje donde estaba para que pudieras encargarte. Sería incapaz de
hacerle daño a lo que es tuyo.
-Solo quedaron restos de mi cabra.
En ese momento, Pandu se acordó de los perros silvestres.
-Fueron los perros con seguridad.
-Los perros no hacen eso.
-Mi abuelo me enseñó que todo animal es, por naturaleza,
salvaje. De esto no escapan los perros que viven con los hombres. Una vez,
estos, dejan a sus amos, forman manadas de depredadores, y son mucho más
peligrosos que los osos o los pumas, que atacan solos. Los perros, en cambio
hacen correrías en grupos. Aquel día que subía a mi hogar los vi de lejos, y
por la polvareda que levantaba eran varios y furiosos. Ellos fueron los que
destrozaron a tu cabra. Si andan por estos lados, tus cabras, tú y yo corremos
peligro a aquí.
El puma salió del pajonal y se dejó ver.
-Entonces, no atacaste a mi cabra.
-Créeme que nunca te haría el más mínimo daño.
-Te creo Pandu – le dijo mientras se acercaba. Saco un trozo
de charqui de su alforja y se lo acercó - ¡Estás en los huesos!
-Escasea la comida en toda la Cordillera. Ya no tengo
fuerzas, creo que me queda muy poco de vida, quizá algunos días. Por eso bajé,
quería verte por última vez. – se acercó y tomó el trozo de carne y comenzó a
comerlo en silencio.
Solo se escuchaba el sonido del agua correr; al momento que
terminaba de comer, levantó la cabeza, olió el aire, levantó las orejas y se
puso tenso.
9.- El duelo definitivo.
-Los perros, reúne a las cabras.
La ñusta oyó los ladridos a lo lejos. Se levantó y corrió a
reunir a su rebaño. Pandu corrió más lejos en busca de las cabras más
distantes, cuando vio en la distancia en el despoblado, como unos perros de
diferentes portes atacaban a una cabra. No lo pensó ni un instante y atacó con
grandes rugidos. Los perros al verse sorprendidos dejaron a su presa y salieron corriendo. Cuando llegó,
la cabra estaba muerta. Los perros a lo lejos lo observaban gruñendo, y
pensaron que le estaba disputando su comida. Se reunieron y organizaron un
ataque frontal al puma.
Pandu se dio cuenta claramente de su situación, miró atrás y
vio como a 100 metros a Wani con su rebaño reunido, observándolo. Sabía que una
vez acabado, atacarían al rebaño y quizá a la pastora. Ese pensamiento le dio
el valor para enfrentarse a su muerte. No iba a permitir que ningún perro se
acercara al rebaño.
En aquella arena chusca, bajo el sol implacable del desierto
más árido del mundo, manada y puma se iban a enfrentar. Los perros ladrando se
movían inquietos en sus puestos y frente a ellos el puma en posición de
defensa, tenso y concentrado en aquel duelo mortal. Había quietud en el
ambiente en ese momento, como esperando la misma señal que los animales para
atacar. Los perros se abalanzaron al puma, atacando por tres costados; por el
frente, por la derecha y por la izquierda. Pandu se mantuvo quieto hasta que
llegaron los primeros. De dos zarpazos cayeron dos perros entre alaridos. La
batalla comenzó, la lucha fue feroz. Pandu recibió múltiples mordiscos, que lo
herían con mucho dolor, pero su concentración estaba tan alta que pudo derribar
a casi la mitad de los perros. Entre zarpazos y mordiscos rápidos fueron
cayendo sus ocasionales enemigos, hasta que se dieron cuenta que la lucha era
inútil, estaban derrotados, Los sobrevivientes se dieron a la retirada,
alejándose con rabia desaparecieron en la pampa. El puma se mantuvo alerta.
Hasta que se desvaneció la nube de polvo, pudo constatarse sus heridas. Estaba
agonizante, no obstante, de pie. Había resistido hasta el final; protegió con
su vida la propiedad de su amada. Agotado se dejó caer, mientras Wani corría a
su encuentro una vez desaparecido el peligro.
-¡Pandu! ¡Pandu! – llegó a su lado sollozando.
-No te apenes, el peligro ha pasado. Esos perros no volverán,
eso te lo aseguro – le respondió con voz cansada.
-Estás muy mal herido. Tengo que ayudarte – dijo llorando
-Aunque no lo creas es mejor así. Al menos te he servido, he
protegido tu vida con mi vida, así mi existencia tendrá sentido. Y así te
demuestro cuanto te amo.
Wani se le quedó mirando con una profunda pena, las lágrimas
corrían por su cara. Le acarició la cabeza arrodillándose a su lado. No podía
hablar.
Pandu se puso de pie lastimosamente.
-Te llevaré a San Francisco de la Selva para que te
recuperes.
-Déjalo, ya todo está hecho…Ya vienen José con los tuyos.
Ahora debo alejarme, a encontrarme con Inti. Wani, gracias por todo, gracias
por haberme mostrado la bondad y la belleza. Estarás hasta el final, en mi
corazón.
Le lamió el dorso de la mano y comenzó su ascensión lentamente.
La ñusta le siguió suplicándole que se quedara para curarse en La Misión. Se
sacó su medalla y se la puso en el cuello.
-¡Gracias!…Wani, ya no me queda vida y es mi destino irme a
las alturas. – La miró y sus ojos de gato le expresaron todos sus sentimientos,
- Te amo – concluyó y echo a correr mientras veía en la distancia a los hombres
armados que se acercaban al rebaño. Por entre los matorrales continuó por el cauce
del río, sintiendo a lo lejos como Wani le narraba a José lo sucedido, entre
sollozos
-No llores mi Wani. Adiós. – le dijo a la distancia.
10.- Corazón de hombre.
El atardecer comenzaba en el desierto. El cielo se tiño de
rojo, y las cumbres andinas se encendieron a lo lejos. El paisaje se tornó
mágico como despidiéndose de él, solo el silencio estaba presente mientras
llegaba a la cumbre del volcán donde tiempo atrás había dejado a su abuelo. Ya
de noche se acostó a esperar a Inti. Vio en la oscuridad de la noche la pintura donde La Virgen de las Rocas era
Wani, y él estaba al lado contento por haberle servido, contento por haberla
amado y que ella haya sabido de su amor.
-Adiós Fray Pedro… Abuelo he cumplido muero como el último
gran puma… Adiós Wani, te amo – apretó la medalla a su cuerpo
Y como en una Cacharpaya
se quedó quieto sabiéndose el último puma, pero un puma con corazón de hombre.
Fin
2015
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