jueves, 23 de abril de 2015




EL PUMA CORAZÓN DE HOMBRE Y LA VIRGEN DE LAS ROCAS
Juan Rojas Olivares



Autor: Juan Rojas Olivares
Diseño de Portada: Sebastián Rojas Gómez




A Ella

La Ñusta




Índice




1.- La Selva y al Misión de San Francisco.


El hombre y la bestia, viajeros del desierto, encuentran su salvación en un oasis, que a tramos específicos aparece como un espejismo en medio de la inclemencia del paisaje. Es el caso de La Selva, un vergel donde se concentraba toda la vida que podía parir aquella naturaleza salvaje del Norte Grande de Chile. Esa era la razón por la cual hombres y animales, predadores y presas debían convivir en armonía, pues una ligera variación en el equilibrio del sistema y estaban todos condenados, pues afuera era la sequía, la radiación y la muerte definitiva de todo.

La Selva no admitía ningún elemento extraño, la ecología del lugar era muy estricta con respecto a sus recursos, que a cada cual le correspondía lo suyo; los ciclos del año se sucedían con singular parsimonia, sin que se afectara su estructura.

Pero el agua y las almas, almas de hombres no bautizados en la Fe de Cristo, atrajeron a otros hombres, unos que venían allende la Cordillera; que en nombre de Dios y el Rey se instalaron en la Selva, que los atacameños llamaban Copayapu.

Fray Pedro, fundó la misión de San Francisco de la Selva, con el objeto de bautizar a “los naturales de Atacama”. Eligió como patrono a San Francisco de Asís, pues era tal la diversidad de animales salvajes, que justamente necesitaban de su protección. Esta diversidad se componía de multitud de aves, como las parinas, las palomas, los halcones, que desde las alturas podían ver aquel trozo verde en medio de una sequedad absoluta. Los mamíferos eran los conejos, las alpacas y los pumas, multitud de pumas, amos absolutos entre La Selva y el Altiplano Andino.

Eran estos grandes felinos, animales estilizados y sutiles como el viento de la pampa, su color, el color de los cerros despejados, una vida errante y solitaria, en apariencia. Pues, cuando llegaron los extranjeros, y vieron el peligro que representaban estos pumas a sus rebaños, los persiguieron sin tregua, a tal punto que ellos tuvieron que crear comunidades en las quebradas para poder sobrevivir.



2.- El cachorro de puma Pandu.


La lucha se extendió en el tiempo, pero desde el principio la fuerza estaba al lado de los hombres. Muchos pumas desaparecieron y muchos murieron. La guerra terminó, los hombres quedaron, y La Selva pasó a ser un departamento civilizado de dominio cristiano. Atacameños y españoles vivían, como debe ser, en la capital, la Misión de San Francisco de la Selva, en relativa calma. Amos y sirvientes ya no tenían que preocuparse de animal salvaje alguno ya que todos habían sido exterminados. Por este motivo fue que llamó tanto la atención a Fray Pedro, cuando en su peregrinar en medio de los tamarugos en busca de almas para bautizar, encontró a un cachorro de puma al lado de una hembra que yacía muerta en la arena.

El cachorro lloraba con su chillido de gato junto a su madre inerte, una situación más curiosa que patética, por lo extraño en esas latitudes y en ese tiempo.

Fray Pedro que se creía asistido por el espíritu de San Francisco de Asís, le habló al cachorro:

Cuchito, Cuchito! Vamos a la Misión, yo te criaré y serás un buen cristiano, como criatura de Dios que eres.

El cachorro se le acercó maullando y acariciando sus piernas con su cuerpo, lo siguió sin más a la Misión. Allí el fraile lo domesticó y lo cuidó como a una persona más. Lo bautizó, y les dio las primeras lecciones del catecismo, pues sabía que estos leones vivían más rápido que los humanos, por consiguiente todos los sacramentos se le iban a suceder en menor tiempo que a un niño atacameño. Lo bautizó con el nombre de Pandu, que creyó era el nombre con que los naturales lo denominaban.

Pronto Pandu fue la mascota de la Misión, y consideró a indios y europeos de su propia camada. Fray Pedro lo educaba día a día por el buen camino del cristiano, enseñándole la Biblia y las vidas ejemplares de los Santos; sobre todo de San Francisco y de cómo él se comunicaba con el resto del reino de Dios.

-Esta Misión tiene como patrono a San Francisco que nació hace muchos años atrás en Asís, en Italia. Este fue un gran hombre en la fe de Cristo, y Dios le dio el poder de comunicarse con las bestias, para enseñarles el camino de la virtud. Y como él está presente en este lugar, su espíritu permite que yo me comunique contigo.

El cachorro aprendía y aprendía, y cada vez era más humano, hasta que aprendió a hablar, según creyó el fraile.

Fue entonces cuando comenzó la comunicación entre el puma y el fraile, creando un lazo de amistad entre ambos. Les gustaba charlar en los límites de La Selva.

-Tú naciste de una leona, allá en el Altiplano – le decía el fraile a Pandu, mirando ambos al poniente, mientras el cielo se iba tiñendo de rojo intenso en el crepúsculo.

-Padre, yo no me acuerdo de nada del desierto, sin embargo, siento como un llamado de la Cordillera, es como un lamento, que viene del viento de la puna, y lo siento, no en mis orejas, sino en mi vientre, y me dan ganas de rugir y correr al despoblado. Otra vez  me despierta un canto lejano oculto en la camanchaca, entonces comienzo a ronronear.

-Sin duda el paisaje es absorbente y muy bello, pero allí no sobrevivirías ni un día, sé que tu alma salvaje te llama a abandonar la Misión, y errar por aquellos paisajes de ensueño. Tú eres muy querido para mí, así que jamás te mentiría, créeme, estás mucho mejor aquí. Además pienso, esto te lo digo con mucha tristeza, que eres el último puma en todos los Andes, mi calidad de naturalista así me lo dice. Sé que para ti es muy triste vivir como único de tu especie. Pero todos te queremos, y nunca estarás solo, eso te lo prometo.

Pandu se quedó callado mirando el desierto; ya empezaba a oscurecer y el viento helado de la pampa soplaba con más fuerza.

-Ya, vamos a tomar la cena: leche con carne de llamo – invitó Fray Pedro, y pasó su mano por la cabeza del felino, y este sonrió ronroneando.

-Ja, así me gusta, sin tristeza, que tu vida es corta, y no tienes que desperdiciarla.

Ya en la capilla, Fray Pedro le sirvió la leche de cabra que siempre tomaba antes de acostarse, mientras le comentaba.

-Mañana llegará de Caldera un cargamento con víveres y algunos utensilios que usaremos para el Carnaval.

-¿Qué es Carnaval? – pregunto Pandu, con los bigotes blancos con la leche.

-Límpiate esos bigotes, mira que pareces un glotón. Carnaval es una fiesta del Altiplano Andino, que celebra la Pascua Cristiana, aquel glorioso día en que Nuestro Señor Jesucristo subió a los cielos en cuerpo y alma. Pero los atacameños antes de ser cristianos celebraban ese día otra fiesta que tenía que ver con la fertilidad, la unión de la semilla con la tierra. Para esa ocasión se reunían todos los pueblos de los alrededores y elegían a un carnaval, que representaba la semilla y a una carnavala que representaba a la tierra. Tres días de baile y jolgorio en que el carnaval perseguía a la carnavala hasta hacerla su mujer.

-¿Qué es mujer, Padre?

-Ahora que pienso, nunca has visto una mujer. La mujer es el equivalente a tu madre, o sea la puma, de tu especie, la que da a luz, pare los cachorros. La Virgen María era una mujer, una mujer pura y santa, la madre de Dios.

Pandu se lamía aseándose, escuchando atentamente, pensando a la vez como sería una mujer.

-No olvides tus oraciones.

Pandu se acostó tranquilo, mecido por las estrellas de aquel límpido cielo. Estaba ya durmiéndose, cuando escuchó en las quebradas un rugido largo y profundo, que altero a las cabras y llamas. Era sin lugar a dudas un rugido de Puma. Pandu se quedó escuchando aquel llamado hasta soñar, soñar con las cumbres andinas.



3.- El cuadro La Virgen de la Rocas.


Despertó avanzada la mañana por los ruidos de ajetreo que venían de la capilla. Se levantó y fue a ver qué pasaba. Se encontró con gente que no conocía que charlaban con Fray Pedro. Este estaba recibiendo unos paquetes, y fardos para el carnaval. Abriendo uno de ellos, pudo observar que tenía serpentinas de papeles de colores, challa, entre un montón de objetos interesantes. Pandu, se acercó, mientras algunos trabajadores lo miraron con desconfianza.

-Está domesticado – les replicó Fray Pedro – Y tú, estuviste rugiendo toda la noche, las cabras y las llamas no pudieron estarse tranquilas por el susto que les causaste – le dijo mientras sacaba un cuadro, que al sostenerlo abarcaba todos sus brazos extendidos. Lo contempló, sonrió y se lo mostró a Pandu, al tiempo que éste iba a reclamar que no había sido él el que estuvo rugiendo en la noche.

-Ella es la Virgen María, ella es bendita entre todas las mujeres. Conócela.

Pandu observó el cuadro. En él aparecía en primer plano una mujer de pelo castaño claro, de finas facciones, cubierta con una capa de raso azul con fondo dorado sostenida con un dije de una piedra oval negra, abrazando a un niño que sostenía una cruz: a sus pies otro niño que estaba saludándola y a la derecha otra mujer con alas de águila y todos con un sentimiento de paz reflejados en sus rostros. Estos personajes se encontraban como en una caverna y afuera se veía un paisaje muy parecido a la Pre cordillera en un atardecer, por la abundancia de rocas y cerros que a lo lejos se divisan, además de un lago, como el Salar de  Maricunga, que solo de referencia conocía. A los pies del cuadro unas flores cafés, como la vegetación del desierto. La mujer y el niño tenían un círculo dorado sobre sus cabezas.

Se quedó observando a la Virgen; había algo que le atraía de sobremanera, era esa postura de tranquilidad. Esa era la madre de los hombres, así debió haber sido su mamá. Y el paisaje, que hermoso paisaje, era el lugar en donde había nacido. Y esa otra mujer, una mujer mezclada con la naturaleza, una mujer - águila. Definitivamente ese cuadro, era un cuadro de los antiguos, de aquellos tiempos que solo en su memoria instintiva alcanzaba a vislumbrar.

-¿Esa es mujer? Es muy parecida a los hombres, pero hay como una nube que la hace diferente, una nube que parece dulce, cómo cuando tomamos leche con miel. Me imagino, que estar cerca de ella debe ser como un ronroneo continuo.

-Ja. Sí, eso pasa cuando uno está cerca de una mujer. Es una sensación extraña, que aún yo no he podido comprender.

-¿La mujer puede transformarse en águila?

-No, esa no es una mujer es un ángel, que cuida a María, la madre de Dios. Y ese niñito es Jesús, el hijo de Dios.

-¿Ese paisaje es la Cordillera?

-No, ese es un lugar muy lejos de aquí, se llama Palestina, pero es muy parecido al Altiplano Andino. Así lo debió imaginar el autor de esta pintura. Su nombre era Leonardo da Vinci y esta, su obra, se llama “La Virgen de las Rocas”.

La Virgen de las Rocas, pensó Pandu, es el ser más hermoso de La Selva, y quizá de todas partes. Si todas las mujeres son como La Virgen de las Rocas, el mundo debe de ser un lugar muy feliz. Y un sentimiento de bienestar se apoderó de él, y se quedó con la imagen de La Virgen en su mente. Qué sentimiento más extraño, sin embargo, se sentía muy bien.

-No te olvides que mañana comienza el Carnaval. A sí que mañana hay que levantarse temprano, y hoy hay que preparar la fiesta.

El resto de ese día, la comitiva estuvo trabajando con los adornos  para la celebración. Prepararon los papeles de colores con formas de animales, pájaros y cóndores. Pandu estaba atareado ayudando al fraile cuando oyó el comentario que iban a venir mujeres al Carnaval. Pensó que esa era la oportunidad para conocer a estos seres tan singulares que su curiosidad despertaba. Anduvo todo el día con un cosquilleo en el estómago, que le dio una actividad inusual, en jugar, correr y ayudar a Fray Pedro, hasta quedar cansado a la hora de dormir.

-Será una fiesta muy alegre, aunque después todos quedarán muy tristes cuando el Carnaval concluya, como es tradición, entonces se hace una despedida que se llama Cacharpaya. Y la fiesta, un jolgorio, queda en la memoria de todos como lejana y nostálgica.- Le dijo Fray Pedro al momento de dejar al puma acostado a la intemperie de aquel despejado cielo.

Pandu se quedó pensando en la fiesta y en cómo serían las mujeres, si es que todas eran como La Virgen de las Rocas; estos pensamientos lo mantenían intranquilo y feliz a la vez, mientras trataba de dormir.




4.- El abuelo.


La Misión empezó lentamente a entrar en sopor; la noche se apoderó de todo, comenzó la calma y solo el viento con su susurro monótono mecía el sueño de cada uno. Pandu, ya más relajado estaba durmiéndose, cuando, entre unos matorrales que eran solo una sombras a esa hora, vio dos ojos brillar en la negrura. Pandu, que sabía que solo los felinos tenían esa característica, reconoció inmediatamente a un puma viejo, al momento de salir de su escondite, debido a que, como se sabe, los felinos pueden ver en la oscuridad.

Pandu se sobresaltó, irguiéndose inmediatamente en posición de ataque.

-¡Cálmate, cachorro! Ve que soy de tu misma sangre.

Pandu, se dio cuenta, ipso facto,  de que tenía al frente un puma, un animal de su especie, en definitiva, un ser de su familia.

-¿Quién eres? Pensé que era el último de mi especie, así me lo dijeron aquellos con los cuales vivo.

-¡Humanos! Son los culpables de nuestra extinción. Soy tu abuelo, el padre de tu madre que no alcanzaste a conocer. Te vi desde lejos, hace tiempo, y no quise intervenir en tu vida. Pero ya estoy viejo y voy a morir. Así que vengo a traspasarte lo único que tengo, la inmensidad de la puna. Acéptalo o déjalo, es tu elección, en cualquier caso vengo a despedirme de ti. El puma viejo se acercó y se sentó al lado de Pandu, y sin más comenzó a relatar.

-Hace muchos años nosotros los machos pumas vivíamos solos, orgulloso de nuestra libertad. Pero cuando él vino, todo cambió, si hasta el cielo dejó de ser el mismo, los primeros en caer justamente fueron los machos más fuertes, y los que quedamos, yo era joven en ese entonces, nos organizamos y unimos fuerzas, de ahí creamos la Comunidad Puma. La lucha duró años, la población de pumas fue diezmada, sino a punta de cañón, en la más terrible de la hambruna. Fue lo que le pasó a tu madre. Yo no la pude ayudar, pues estaba en la Cordillera, al menos tú pudiste sobrevivir, aun entre los hombres. Mis compañeros fueron cayendo uno a uno, yo soy el único que queda de ellos, alimentándome de conejos y cactus. ¡Imagínate! ¡Un puma comiendo vegetales! Eso lo aprendí de un oso que pasó por aquí huyendo de Lima. A ellos les pasó lo mismo. Compartimos un tiempo, hasta que se volvió loco, creo que partió al sur, a morir supongo. Yo no quiero que me pase lo mismo, aunque no tengo opción, al menos quedaré con la satisfacción de haberme despedido de mi nieto, el único y auténtico Último Puma.

Este relato causó una profunda pena en Pandu, comprendió que era un animal salvaje, y sintió la sangre llamando a la sangre. Si hasta su dialogó no consistía en palabras, sino en movimientos y gruñidos. Una comunicación ancestral que no necesitó nada ni nadie que se lo enseñara. La sangre llamando a la sangre.

-Abuelo, iré contigo.

Lo miró con alegría y pena a la vez.

-Bebe todo lo que puedas ahora, el camino es largo hacia la puna.

Y acercándose a él, se restregaron sus cabezas y comenzaron su viaje. Unos metros más allá de la misión, Pandu miró la capilla y se dijo a sí mismo en lenguaje humano.

-Adiós, Fray Pedro, nunca lo olvidaré. Pero mi camino está hacia la Cordillera.

Y se alejaron aquella noche en silencio hasta abandonar los límites del La Selva. Los alcanzó el día y el calor los obligó a descansar a la sombra de un pedregal. Cuando se estuvieron en silenció se oyó a lo lejos un susurro constante. Pandu puso atención y se pudo dar cuenta que era música, música del Carnaval.

-Es el Carnaval…- dijo Pandu mirando al oasis.

-En los primeros tiempos los carnavales eran muy diferentes a los de ahora. El Carnaval era una fiesta mística en que los atacameños se convertían en sus animales guardianes, algunos se convertían en pumas, otros en cóndores. Los atacameños y pumas vivíamos en paz en esas fiestas

Pandu pensó en la pintura que había visto el día anterior, y se acordó del ángel. El ángel era un atacameño que se convirtió en cóndor, de seguro; fue su conclusión. La Virgen de las Rocas debe de ser una mujer atacameña, en un carnaval, pensó, y sus pensamientos empezaron a divagar, mientras escuchaba los ecos de la fiesta lejana.

A la tarde, emprendieron el viaje al Altiplano, y su camino fue lento, y a ratos, penoso, El paisaje comenzó a cambiar, y Pandu dejo de reconocer los parajes y el entorno de pronto le pareció extraño. La temperatura empezó a bajar y la noche comenzó a cubrir todo el lugar. Los caminos desaparecieron para dar paso a rocas filosas y tierra chusca sin indicio de intervención humana. Comenzaba la tierra salvaje en la puna. El abuelo rugió desde lo alto de la montaña, cosa que imitó Pandu, quien lanzó su gruñido al viento nocturno con todos sus pulmones, a la vez que el eco le devolvía un sonido confundido con el viento.

-Esta es tu naturaleza, aquí vas a limpiarte de todo rasgo humano. Volverás a ser un puma. Todo lo de la Misión y sus enseñanzas con tantos detalles va a quedar atrás… ¡Bienvenido a tu nuevo hogar!

5.- Vuelta a la vida Salvaje y deceso del abuelo.


En efecto la vida cambió para Pandu. Su abuelo le enseño a casar vizcachas y conejos de la puna; le enseño a respetar toda la escasa vida de la Cordillera. Los días desaparecieron, sus ciclos fueron los ciclos de los animales y comenzó a olvidar paulatinamente a la Misión. Mientras pasaba de una estación seca a una fría, la imagen de Fray Pedro le parecía cada vez más difusa, y el cariño a todo lo humano se le iba escondiendo cada vez más en su mente. Hasta que volvió a ser completamente salvaje. Olvido su nombre y tomo la última conciencia de que era el Último Gran Puma.

Hacía tiempo que su abuelo no lo acompañaba a cazar, su estado de salud era cada vez más débil, ambos sabían que el invierno del Altiplano vendría muy crudo esta temporada, y la comida escasearía.

Un atardecer, esos especiales, en donde el cielo se torna de todos los colores antes del anochecer, Pandu regresaba a su refugio, una hondonada en la pared de un volcán de los Andes, donde reposaba sus últimos instantes su abuelo. No traía nada para comer, signo claro que llegaba los días fríos.

Apenas lo vio en aquella oportunidad y supo que su abuelo se iba.

-Hijo – dijo con un hilo de vos – Inti me llama, el gran señor de los pumas, hace un rato lo he visto... ¡Escucha! Evita acercarte a los hombres. Sé un puma toda tu vida. Muere como puma, pero sobre todo busca, busca a otro puma. ¡Te quiero hijo!, ¡Adiós!

-¡Adiós, abuelo! Saludos a Inti.

Se quedaron en silenció. El abuelo cerró sus ojos, y expiró, al momento que el viento se colaba por la boca de la cueva.
Pandu, arrastro el cuerpo y lo llevó con gran esfuerzo a la cima del volcán y lo dejó expuesto con piedras alrededor. En realidad lo estaba enterrando, cómo él pensaba que debería ser enterrado un ser querido. Se acordó de los hombres pues esta era una práctica de ellos.

-¡Inti! Recibe a mi abuelo.

Se le quedó mirando hasta que el viento comenzó a arremeter con violencia, que lo obligó a descender. El paisaje se tornó gris, aún para sus ojos de gato, mientras retornaba a la cueva ya con la seguridad que no podría salir en algún tiempo pues con la tormenta iba a ser imposible vivir a la intemperie. Al momento de llegar a su hogar ya el granizo caía copiosamente y dispersado con gran fuerza por la tempestad reinante. Se acurrucó escondiendo la cabeza entre sus patas, quedando un ovillo que solo la helada colada a la cueva mecía su pelaje café.

Con el frío, ya varios grados bajo cero, durmió en un estado latente. Soñó con Inti, el verdadero Dios, que según el abuelo era más ancestral que el Dios de los hombres, y a cuya devoción se abocó, según lo había entendido, pues era puro salvajismo, pura tierra. Inti, en su sueño era un puma que recogía al abuelo y ambos lo saludaban desde la furiosa tormenta hasta que se perdían en la negrura de la noche. El soplido del viento quedó en suspensión y a lo lejos sintió los sones del Carnaval, escuchó a los hombres cantar, entre zampoñas y quenas de huesos, y entre este envolvente ritmo oyó la voz de un humano, más agudo y más hipnotizante, que reconoció como a una mujer, la Carnavala, y se la imaginó igual a la Virgen de las Rocas. A intervalos, callaban las zampoñas y con el tum – tum de los tambores cantaba la Carnavala, que era como una puma  hembra, a la cual tampoco nunca había visto, que lo llamaba. La llamada en aquel trote era la de compañía. Pandu se supo solo, y un abatimiento cayó sobre él, de tal forma que despertó muy triste, después de quizá días de dormir. Estaba débil y muy hambriento, con varios kilos de menos y atontado.



6.- El Hambre.


Afuera la nieve cubría todo, ya dura como el hielo: El Sol brillaba alto, en un cielo despejado, sin entregar el calor necesario para cualquier actividad, no así su luz que al ser reflejado en la blancura hería los ojos, aún los de él. El frío era intenso, aunque no soplaba viento, instancia que aprovecho para salir a buscar alimento. Con mucha dificultad para desplazarse en aquellos paramos congelados, estuvo deambulando, con su olfato agudo buscando algo para digerir oculto en la nieve. Las pocas horas de luz acabaron su esfuerzo y con la misma hambre tuvo que retornar a su refugio cuando el viento implacable comenzaba a obtener su dominio como cada invierno.

Así estuvo por días, saliendo de su hogar cuando las condiciones del tiempo lo hacían posible; pero invariablemente volvía sin nada en el estómago. Su instinto le indicó que no podía seguir en esa condición, sino que necesitaba descansar en un reposo absoluto hasta que llegara la estación calurosa. Y así lo hizo, permaneció en un estado de sopor en donde su mundo animal se mezclaba con el mundo humano de La Misión. En varias ocasiones vio en sus alucinaciones, a la Virgen de las Rocas, brumosa y lejana, al oso que conoció el abuelo y un montón de impresiones más.

Hasta que llegó el calor; la nieve comenzó a derretirse y el agua corrió al río Copiapó a regar el vergel a San Francisco de la Selva. La comunidad cristiana y atacameño celebró la llegada del tiempo benigno con fiestas, cuyos sones iban a parar a las altas montañas como un rumor que rasgaba suavemente el aire en calma del Altiplano. Pandu sintió aquella melodía, y tardo en darse cuenta que no era un sueño: así que abrió los ojos y salió con dificultad hacia el exterior donde el paisaje mostraba el escaso verdor, signo que reflejaba que el invierno se había ido. Pero, estaba tan enfermo, que no tenía ni fuerza ni para alegrase. Con paso penoso salió en busca de comida, para encontrar solo sobras que dejó la nieve y que no fueron despreciadas por su ser hambriento.

Con el paso del tiempo, Pandu pudo comprender, que no solo era el último puma del Altiplano, sino que al parecer, era el único habitante de aquellas cumbres, sin mencionar a las escurridizas parinas, aves muy asustadizas, que hacían imposible su caza merodeadora. A ese ritmo, escasa carroña y agua, sus días estaban contados. Fue entonces, cuando se acordó de las cabras de la Misión; era su única oportunidad. Aunque estaba cierto que no podía volver con los humanos, pues ya era un puma completamente salvaje, por lo tanto un peligro para los rebaños de los hombres. Y a pesar de lo prometido a su abuelo, tendría que atacar sus rebaños de noche para evitar su inminente muerte.

-¡Perdona abuelo! Pero, tengo que comer algo, o sino tu última esperanza, yo, te irá a acompañar antes de lo previsto junto a Inti – dijo mirando al cielo.

Planeo su escapada bajando de día por el río hasta las cercanías de La Selva, allí esperaría la noche para tomar algún cordero o cabra y huir a su hogar lo más rápido posible, hasta que fuera nuevamente necesario.



7.- La Ñusta Wani.


Y así lo hizo, caminó de día por el hilo de agua que forma el Copiapó, muy alerta para no ser visto por algún viajero casual, ya que sabía que ahora era su enemigo y aquel no dudaría ni un segundo de descargar en él toda la ira y su temor hacia su especie.

Llegó a un tamarugal, cerca del oasis, y allí se dispuso a descansar oculto en un pajonal; estaba dormitando, sin por ello bajar la guardia y fue esa la razón por la cual inmediatamente reaccionó al ruido producido por cabras que venían a beber al manantial. Se mantuvo al acecho, ya que no dudaba que eran ganado doméstico y por lo tanto con algún pastor habían de venir. El olor le confirmó la presencia de alguien cerca; era un olor como de flores de La Selva; era de humano, sin duda, pero un humano diferente, pues un aroma suave y dulce le llegó a sus sentidos. Y en la voz, llamando al rebaño, la reconoció, era la Carnavala, La Virgen de las Rocas; el pastor era una mujer. Con mucho sigilo y ansiedad se acercó al rebaño, cubriendo, siempre con mucho cuidado, en el pajonal. Hasta que la vio; era la Virgen de las Rocas.

Vestía la pastora un blusón delicado blanco que cubría un cuerpo esbelto y delgado, en el cuello tenía un collar con una piedra negra; sus facciones eran finas, su pelo castaño oscuro y su piel bronceada, no obstante clara. Estaba sentada en una roca refrescando sus pies en el agua, mientras les hablaba a sus cabras. La luz reflejada en el agua le daba un aspecto celestial. Era el ser humano más hermoso que había visto. La áurea que proyectaba le confirmó que efectivamente era La Virgen de las Rocas, pues aunque su visión era monocromática, podía sentir en todo su ser la gama de colores en aquella imagen. La visión que tenía al frente le hizo bajar la guardia, cosa que las cabras pudieron advertir la presencia del puma, arrancando bruscamente hacia el despoblado. La mujer reaccionó a la vez y se puso de pie asustada.

-¿Quién está ahí? – dijo con angustia al saberse en peligro, sentimiento que notó el puma. Y desde los matorrales le hablo.

-No me tengas miedo, no te haré daño - dijo

-¿Quién eres? – preguntó sin bajar la guardia.

-Soy Pandu, de la Cordillera

-Eres atacameño

-No, soy un puma

-¿Un puma?, ¿Te burlas de mí? ¿Qué quieres?, ¡Asustaste a mis cabras! Y por qué no te muestras – decía atropelladamente.

-Soy un puma y solo busco algo de comer, me acerqué a ti, pues te olí de lejos. ¿Eres la Virgen de las Rocas? ¿Verdad?

-¿Qué? – decía mientras Pandu se dejaba ver.

-¡Oh, Cielo Santo! ¡Es cierto! Eres un puma, y hablas, ¿cómo es posible?

-Me crie en La Misión y aprendí a hablar con los hombres. ¿Eres la Virgen de las Rocas? – insistió

-No, soy una heredera ñusta[1], una pastora, y mi nombre es Wani, pero fui bautizada como Estefanía. Debe ser por eso que te entiendo. Nunca le creí a mi padre que el atacameño     podía entender al puma. Es más pensé que ya no quedaban pumas.

-Mi nombre es Pandu y soy el último puma en el Altiplano

Wani se acercó a Pandu y temerosa le acarició la cabeza. El puma sintió su mano trémula y junto con la felicidad sintió una profunda pena.

-¡Pobre! Debes de estar muy solo, porque no vuelves conmigo a San Francisco de la Selva – le dijo con cariño.

-No puedo, he vuelto a ser salvaje y por lo tanto ahora soy el enemigo del hombre.

-Y ¿cómo no me has hecho daño? Si fueras salvaje, ya me habrías atacado, y no podría estar hablando contigo.

-Es que tú eres…te pareces a la Virgen de las Rocas, la madre de su Dios. Eres tan hermosa…Y me siento… - al decir esto último se tendió en el suelo, claramente debilitado y con escalofríos.

-Pandu, ¿estás enfermo?

-Estoy muy débil, no he comido en semanas – le dijo levantando una pata como para tocar su rostro.

Wani tomo una alforja y sacó un trozo de charqui que paso al animal. El puma tomó la carne con el hocico y la comenzó a masticar lentamente, en una acción mecánica pues estaba pensando en la ñusta. Una vez hubo comido, miro a la pastora con unos ojos profundos. Wani le devolvió una mirada triste.

-No tengas pena por mí, me doy cuenta que no puedo estar aquí. Mi abuelo, que ahora está con Inti, nuestro Padre, me dijo que era el último puma, y ese era mi destino; me dijo que no volviera con los hombres, que si iba a morir que muriera como un puma, solo en mis dominios, que mi Dios me ayudaría. Pero el hambre era tal que tuve que bajar a buscarla a sus rebaños. Pero nunca me imaginé que te iba a encontrar aquí, pues es que te conozco desde que te vi en un retrato en La Misión, si bien eres una ñusta, para mí tú eres la verdadera Virgen del Rocas, no podría ser de otra manera. Ahora no podré atacar tu ganado, y tampoco podré tomar alimento de ti…

Fue interrumpido por el grito de un hombre, que lo hizo reaccionar en forma violenta hacia el origen de la voz. Se trataba de un hombre, al parecer un atacameño, aunque su vestimenta reflejaba a una persona de La Misión; sostenía una carabina y le apuntaba directamente.

-¡Estefanía! ¡Cuándo te dé la señal, corre! – volvió a gritar

-¡No hagas nada, José! – le gritó a su vez Wani. Es un puma manso, además es el único puma queda.

A un descuido de José, Pandu salto sobre él, lo derribo y fue a esconderse entre el pajonal. Se mantuvo vigilante camuflado entre los tamarugos, mientras los escuchaba conversar. Los miró cauteloso a la distancia
-Es un puma manso, lo único que quería era comer. Le di un poco de charqui. –Le decía Wani, moviendo las manos y señalando a su dirección. Si hubiera sido bravo habría atacado a las cabras.

-Me asusté, no puedes culparme, sabes cuánto te amo. –Le respondió mientras le tomaba la mano y la abrazaba.

Te amo, fue la frase que le quedó sonando. Y al ver como se alejaban abrazados reuniendo las cabras, comprendió lo que sentía por Wani, era ese sentimiento que José le mostraba. Un cariño especial; Pandu sentía lo mismo por Wani, la ñusta, la verdadera Virgen de las Rocas. Wani siempre había estado en su corazón, y él no podía saberlo, pues aún no la había vista hasta entonces. Su sentimiento iba más allá de la compañía; era algo de cariño, el mismo reflejado en la celestial pintura de las rocas, con los niños y la mujer águila, el ángel que le había dicho Fray Pedro.

Se quedó quieto mientras veía como se alejaban, pastores y rebaño, hasta que solo se escuchó el sonido de agua corriendo entre las peñas. En esa posición esperó hasta que estuvo seguro que se habían ido, cuando sintió un ruido en los matorrales, como que algo caía. Atento miró a esa dirección, y cauteloso se acercó. Vio en el suelo una cabra pequeña claramente agónica quejándose. Al momento de percatarse que no había peligro, sintió el imperativo de atacar y saciar su hambre, pero se recordó de Wani y desistió.  Decidió que lo mejor era alejarse cuando antes de ahí.

Se alejó lo más rápido de aquella escena; cuando iba ya bastante alto, pudo observar una humareda, oler a la distancia a perros silvestres y oír sus ladridos.

-Perros salvajes – pensó y no dio mayor importancia al asunto.
Ya en su refugio en el Altiplano planeo el resto de su vida, sabía que no le quedaba mucho tiempo sin que Inti lo reclamara. La búsqueda de alimentos iba a ser su prioridad y el mínimo gasto de energía iba a ser su constante, en esta, seguro, su última etapa en la tierra.

Los días que pasaron lo repartió entre: salidas a terreno si la providencia le deparaba, al menos, carroña para mantenerse, y un reposo absoluto, sobre todo en el día que era cuando más se cansaba. No obstante era en estos ratos de descanso cuando más pensaba en Wani; no podía sacarla de su mente. En su estado de sopor, con aquel cruento calor, alucinaba. Se veía a sí mismo hecho persona junto a la ñusta en las rocas del río, estaban en silencio, solo observándose, tomados de las manos, sin decir palabra. Otras veces ensoñaba a Wani como una puma que lo iba a buscar a su refugio y ambos subían a las cumbres más altas de los Andes y desde allí juntos rugían a los vientos cordilleranos; era lo más alto que podían llegar, el éxito en compañía. Cuando caía la tarde se despertaba del todo y comprendía sus sentimientos.

Así pasaron los días y las semanas, disputándose sus festines con los cóndores de las alturas, pero la recompensa era menor que la inversión de sacrificio y fuerza, que se exigía subir hasta los salares de la puna, para retornar a la madrugada a su refugio varios kilómetros más abajo.



8.- Perros salvajes.


El tiempo, el hambre y sobre todo el recuerdo de la pastora, lo convenció de volver a aquel tamarugal. Sin pensarlo mucho, pues sabía que arriesgaba la poca vida que le quedaba, se encaminó, siguiendo su anterior camino por el Río Copiapó, con la esperanza de que antes de abandonar este mundo viera por última vez a Wani. Mientras bajaba por la orilla del río, pensaba en los sentimientos que lo movían hacia la ñusta, sin siquiera con la seguridad que podría verla. Se acordó de José, y su frase dirigida a ella: Te amo Wani; se sorprendió diciéndolo en voz alta. Lo repitió y comprendió que la amaba de verdad. Sentía amor por la pastora, la Carnavala, la ñusta, la Virgen de las Rocas, la belleza de su árido y salvaje mundo.

Cansado llegó al tamarugal, se acostó en el pajonal camuflado, con la esperanza de que apareciera el rebaño con su pastora. Permaneció quieto, con todos los sentidos atentos, hasta que olió y oyó a las cabras y a Wani convidándolas a beber agua en la orilla. Pandu se levantó con el corazón latiéndole aceleradamente y se acercó sigiloso a la muchacha.

-Wani – le dijo en un susurro

-¡Pandu! Qué haces aquí, no debes aparecerte por estos lados, arriesgas tu vida. Un grupo de hombres de San Francisco de la Selva organiza una cuadrilla para darte caza. Se sabe que eres peligroso, pues todos vieron como dejaste a una de mis cabras.

Su voz reflejaba miedo, cosa que el puma noto inmediatamente.

-No ataque a tu cabra, sólo la vi que estaba enferma a punto de morir. La deje donde estaba para que pudieras encargarte. Sería incapaz de hacerle daño a lo que es tuyo.

-Solo quedaron restos de mi cabra.


En ese momento, Pandu se acordó de los perros silvestres.

-Fueron los perros con seguridad.

-Los perros no hacen eso.

-Mi abuelo me enseñó que todo animal es, por naturaleza, salvaje. De esto no escapan los perros que viven con los hombres. Una vez, estos, dejan a sus amos, forman manadas de depredadores, y son mucho más peligrosos que los osos o los pumas, que atacan solos. Los perros, en cambio hacen correrías en grupos. Aquel día que subía a mi hogar los vi de lejos, y por la polvareda que levantaba eran varios y furiosos. Ellos fueron los que destrozaron a tu cabra. Si andan por estos lados, tus cabras, tú y yo corremos peligro a aquí.

El puma salió del pajonal y se dejó ver.

-Entonces, no atacaste a mi cabra.

-Créeme que nunca te haría el más mínimo daño.

-Te creo Pandu – le dijo mientras se acercaba. Saco un trozo de charqui de su alforja y se lo acercó - ¡Estás en los huesos!

-Escasea la comida en toda la Cordillera. Ya no tengo fuerzas, creo que me queda muy poco de vida, quizá algunos días. Por eso bajé, quería verte por última vez. – se acercó y tomó el trozo de carne y comenzó a comerlo en silencio.

Solo se escuchaba el sonido del agua correr; al momento que terminaba de comer, levantó la cabeza, olió el aire, levantó las orejas y se puso tenso.



9.- El duelo definitivo.


-Los perros, reúne a las cabras.

La ñusta oyó los ladridos a lo lejos. Se levantó y corrió a reunir a su rebaño. Pandu corrió más lejos en busca de las cabras más distantes, cuando vio en la distancia en el despoblado, como unos perros de diferentes portes atacaban a una cabra. No lo pensó ni un instante y atacó con grandes rugidos. Los perros al verse sorprendidos dejaron a  su presa y salieron corriendo. Cuando llegó, la cabra estaba muerta. Los perros a lo lejos lo observaban gruñendo, y pensaron que le estaba disputando su comida. Se reunieron y organizaron un ataque frontal al puma.

Pandu se dio cuenta claramente de su situación, miró atrás y vio como a 100 metros a Wani con su rebaño reunido, observándolo. Sabía que una vez acabado, atacarían al rebaño y quizá a la pastora. Ese pensamiento le dio el valor para enfrentarse a su muerte. No iba a permitir que ningún perro se acercara al rebaño.

En aquella arena chusca, bajo el sol implacable del desierto más árido del mundo, manada y puma se iban a enfrentar. Los perros ladrando se movían inquietos en sus puestos y frente a ellos el puma en posición de defensa, tenso y concentrado en aquel duelo mortal. Había quietud en el ambiente en ese momento, como esperando la misma señal que los animales para atacar. Los perros se abalanzaron al puma, atacando por tres costados; por el frente, por la derecha y por la izquierda. Pandu se mantuvo quieto hasta que llegaron los primeros. De dos zarpazos cayeron dos perros entre alaridos. La batalla comenzó, la lucha fue feroz. Pandu recibió múltiples mordiscos, que lo herían con mucho dolor, pero su concentración estaba tan alta que pudo derribar a casi la mitad de los perros. Entre zarpazos y mordiscos rápidos fueron cayendo sus ocasionales enemigos, hasta que se dieron cuenta que la lucha era inútil, estaban derrotados, Los sobrevivientes se dieron a la retirada, alejándose con rabia desaparecieron en la pampa. El puma se mantuvo alerta. Hasta que se desvaneció la nube de polvo, pudo constatarse sus heridas. Estaba agonizante, no obstante, de pie. Había resistido hasta el final; protegió con su vida la propiedad de su amada. Agotado se dejó caer, mientras Wani corría a su encuentro una vez desaparecido el peligro.

-¡Pandu! ¡Pandu! – llegó a su lado sollozando.

-No te apenes, el peligro ha pasado. Esos perros no volverán, eso te lo aseguro – le respondió con voz cansada.

-Estás muy mal herido. Tengo que ayudarte – dijo llorando

-Aunque no lo creas es mejor así. Al menos te he servido, he protegido tu vida con mi vida, así mi existencia tendrá sentido. Y así te demuestro cuanto te amo.

Wani se le quedó mirando con una profunda pena, las lágrimas corrían por su cara. Le acarició la cabeza arrodillándose a su lado. No podía hablar.

Pandu se puso de pie lastimosamente.

-Te llevaré a San Francisco de la Selva para que te recuperes.

-Déjalo, ya todo está hecho…Ya vienen José con los tuyos. Ahora debo alejarme, a encontrarme con Inti. Wani, gracias por todo, gracias por haberme mostrado la bondad y la belleza. Estarás hasta el final, en mi corazón.

Le lamió el dorso de la mano y comenzó su ascensión lentamente. La ñusta le siguió suplicándole que se quedara para curarse en La Misión. Se sacó su medalla y se la puso en el cuello.

-¡Gracias!…Wani, ya no me queda vida y es mi destino irme a las alturas. – La miró y sus ojos de gato le expresaron todos sus sentimientos, - Te amo – concluyó y echo a correr mientras veía en la distancia a los hombres armados que se acercaban al rebaño. Por entre los matorrales continuó por el cauce del río, sintiendo a lo lejos como Wani le narraba a José lo sucedido, entre sollozos

-No llores mi Wani. Adiós. – le dijo a la distancia.



10.- Corazón de hombre.


El atardecer comenzaba en el desierto. El cielo se tiño de rojo, y las cumbres andinas se encendieron a lo lejos. El paisaje se tornó mágico como despidiéndose de él, solo el silencio estaba presente mientras llegaba a la cumbre del volcán donde tiempo atrás había dejado a su abuelo. Ya de noche se acostó a esperar a Inti. Vio en la oscuridad de la noche  la pintura donde La Virgen de las Rocas era Wani, y él estaba al lado contento por haberle servido, contento por haberla amado y que ella haya sabido de su amor.

-Adiós Fray Pedro… Abuelo he cumplido muero como el último gran puma… Adiós Wani, te amo – apretó la medalla a su cuerpo

Y como en una Cacharpaya se quedó quieto sabiéndose el último puma, pero un puma con corazón de hombre.

Fin



2015

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[1] Princesa Inca (Nota del Autor)