EL MENGUE, LA LLORONA O EL NACIMIENTO DE LA OBSESIÓN
Juan Rojas Olivares
Autor: Juan Rojas Olivares
Diseño de portada: Sebastián
Rojas Gómez
mengue.
m. fam El diablo.
Diccionario
de la Lengua Española.
Real
Academia Española
Real Academia Española © Todos los derechos reservados
Me era
difícil remontarme al pasado de mi vida. Sí, sí…ahora lo recuerdo. Estaba en el
comedor de la casa.
Entonces
tenía ocho años. El mantel y nuestras acostumbradas posiciones para almorzar.
Mi madre y nosotros cinco, sus hijos.
Mi
madre narraba: “…Él existe, tiene cuerpo y puede metérsenos en nuestra alma y
apoderarse de nosotros... Es el diablo, el espíritu del mal”.
Yo
no dije nada, pero empecé a sentir miedo. “Estoy expuesto a pertenecer a Satanás”.
La
comida ya la olvidé. El lugar, la casa de la Minera, en El Salvador, Tercera
Región, Chile. 1975, el año; toda una época, Pop.
El
día transcurrió con ese sobresalto
dentro de mí. – ¡Oh! ¡Dios, protégeme!
En
clases, el primer piso de mi colegio, típico colegio norteamericano, en una
sala poblada de luz y olor a naranja de la colación, y a lápiz y a goma. Yo
sucio de tiza y tierra del recreo, cansado y sudoroso. Mis compañeros, todos
inquietos, cantando los últimos Hit,
del programa de televisión “Música Libre” de aquella época. Y un muchacho, el
líder del curso, Jaime, tenía movimientos particulares, sobre todo con la mano,
que a todos llamaba la atención.
Fue
esa tarde, en que yo me poseí del espíritu del mal. Repetí con vaga exactitud
uno de los ademanes de Jaime. -¡Oh! Dios mío que voy a ser. Estoy poseído por
el demonio. Él está dentro de mí – me dije. Inmediatamente el día, que era de
sol se me tornó oscuro, como invierno. Esperaba que terminaran las clases de la
jornada para huir a mi casa. Quería esconderme de Satanás, pero sabía que no
podía; ahora él era parte de mí ser. Escapé antes de finalizar el horario
reglamentario. Sin embargo, a pesar de todo, el paisaje a casa fue hermoso, la
tierra flotaba al atardecer y brillaba el sol en lo alto del inmaculado cielo.
-Hijo,
¿Por qué salió tan temprano?
-Es
que… las clases… el profesor no estaba. (Madre, tengo un demonio dentro, quiero
exorcizarme, pensé decirle. Es más se lo grite con mi pensamiento.)
Ya
tarde, en la tarde, llegaron mis primos a visitarnos. Como jugué con ellos,
logré evadirme del pensamiento causante.
En
la noche, a las once, ya estaba dormido. Desperté sobresaltado. El Diablo está
allá abajo y está subiendo por las escaleras. Me llevará. Seré malo por toda la
vida. Va en la mitad de las escaleras. Quisiera despertar a mis hermanos; ellos
duermen tranquilamente. Mi padre, mi madre. Aquella noche no pude dormir. Me
escondí bajo las frazadas de mi cama.
Él
me sigue a la escuela, a cualquier parte. Quiero terminar con esto. Concurro a
la Iglesia, una parroquia en medio del campamento. Me arrodillo en la puerta,
siempre está abierto. Entonces rezo:
-Jesús,
libérame, déjame dormir. Él está en el cerro, en mi cama, en todas partes.
Lloro, estoy sobresaltado todo el tiempo.
Ahora,
sin embargo, miro todo de otra manera.
Sueño
con una oscura caverna, perdida en la puna de la Cordillera. Luego salgo a una
oscuridad exterior, peor. La puna es una neblina espesa. Me gusta, pero, un
cosquilleo en mi exterior no me deja tranquilo. Ya nunca más la oscuridad
exterior me dará miedo. Es solo este andar trémulo, timorato, que no me deja,
el que me enloquece. Entonces el olor a
lentejas de los lunes y el sudor. Al hospital, a encontrarme con otro olor, a
éter, a remedios. Luego el jabón y el agua de la tina y el sucio uniforme y el
peinado “lamío e’ gato”, con mi
Luzbel. Al colegio.
-Bruno,
la lectura
Yo
turbado
-Todavía
no aprendes a leer. ¡Qué vergüenza! ¿No?
-(Profesora,
estoy alterado, soy un Mengue). Señorita, me siento mal, puedo ir al baño.
-Te
apuras.
-(He
oído decir a mi mami que el mundo desaparecerá. Unas mujeres botaban gusanos y
ranas por la boca. Sin duda eran de Belcebú. ¿Quedaré igual?)
En
el pasillo estaba un niño sentado en el suelo, lloraba apoyado en la pared.
-¿Qué
te pasa?
Dos
adolescentes se me acercaron y cada uno me golpeó en la cara, con la intención
de hacerme llorar. Corrí hacia la puerta de la sala, los miré, no con odio.
-¡Me
vengaré, mierdas! – en qué momento había aprendido aquella palabra.
Los
días siguientes pasaron sin mayor variación. Luzbel estaba en todas partes. No
comía bien. No dormía bien. Estaba en las escaleras, de noche. Trataba de soñar
otras cosas. Todo inútil, pues el sobresalto continuaba en el día y en las
clases.
Hasta
que un buen día, en que todo estaba tranquilo, decidí terminar con mi embrujo,
me exorcicé y volví a la normalidad.
Evelyn,
me recuerda a los budines de panes que mi madre hacía, con el dulce de miel de
cacao. Era sin duda la niña más linda del curso. Fue un día que llevé un trozo
de budín bañado en miel que decidí escribir una misiva llena de errores
ortográficos a Evelyn, declarándole mi amor. La carta se la entregó Rolando, un
amigo de aquel turbado tiempo.
Al
otro día todo se truncó. A la salida de clases Evelyn me interceptó.
-Mi
madre te va a acusar a tu mamá cuando venga a reunión de apoderados.
-Yo
no fui el que escribió esa carta – le dije.
Me
molestó el olor del colegio. Corrí y estaba rojo de vergüenza.
¡Que
chasco! Pero, eso no es todo. Había algo más.
Otro
día estábamos formados para ingresar a clases cuando vi a la hermana de Evelyn.
Debe haber tenido 16 años, tan hermosa como la menor.
Y
pensé lo más estúpido de todo: -Es el Diablo que quiere llevarme al infierno.
Entonces
empecé a ver en todo momento y en todo lugar a esta muchacha.
-(¿Cómo?
Solo pude ser un mensajero del mal. Pero, ahora no está dentro de mí. Entonces
quiere apoderarse de mi alma, esa es la razón por la que me sigue.)
En
verano, mi familia y yo nos fuimos a Caldera. Que alegría más grande. Me
alejaré del demonio hecho mujer.
Pero
no tardé en verla, cuando caminaba por la línea del tren en la playa.
Dejé
que me siguiera por todas partes. Estaba decidido a no hacerle caso.
Llegó
de nuevo el tiempo de clases. Determiné que mejor debía contar todo a mi mami.
Todo el cultivo de diablos brujas, Belcebú, Luzbel, “La Llorona”, “La Vieja de
los Tacones”, “La Viuda Negra”, etc., que me había creado.
-A
tu padre, cuando estaba pequeño, le pasó lo mismo. ¿Sabes cómo se le quitó? Lo
sentaron a poto pelao’ en un balde de
agua fría. – Me dijo una vez le conté esta extraña historia.
-Entonces
lo haré yo también.
-No
seas bobo, es solo una tontería
Tontería.
– (Has sido un tonto, Bruno. Has hecho el ridículo hoy y todo este tiempo.
Mañana no lo serás más. Olvídate del Diablo. No existe. Ningún demonio es
verdadero. Todos los has creado. Y así los destruirás)
Al
cielo le llamas infierno
Y
te escondes detrás de tu pasado histórico,
Caminas
por senderos oscuros,
Para
después no salir…
Bruno
Rojas, Febrero de 1986
(Carta
a Evelyn)
Querida
Evelin:
Estube pensando en ti y queria
decirte que me gutas y que quiero darte desos en la voca.
Evelin yo te amo y siempre te miro
en clases, tengo miedo de decirte que te quiero pero ahora te escribo esta
carta.
Te mando muchos desos.
Bruno
(Nota:
Debo aclarar que por ese tiempo yo sufría de una notoria dislexia. La cual se
aprecia en la carta que escribí tendido
en el piso del baño una tarde de otoño a Evelyn)
Esa es
la extraña historia de Mengue. Después de aquel tiempo, pareció que todo se
normalizó. Incluso cuando se lo conté a mi hermano, años después, parecía tan
lejano. Pero cuando transcribí estas notas, me di cuenta que había cabos
sueltos, y parte de la historia que solo nombré pero no desarrollé cabalmente.
Por ejemplo: quién es La Llorona, La Viuda Negra, La Vieja de los Tacos. Sin
duda son solo leyendas urbanas, que aquí tendrían un carácter particular con mi
narración. No obstante dejo el trabajo de dilucidar todo esto a aquellos
estudiosos compiladores de datos folclóricos de las ciudades. O quizá yo,
cuando nos encontremos de nuevo aquí.
Solo
agregaré una anécdota más al texto original de Mengue.
Como
siempre estaba intranquilo aquella tarde en la playa Rodillo. Era esta playa
una zona deshabitada en el desierto en el Norte Grande, que habían decidido
explorar mis padres con unos vecinos en una camioneta. Nada más unas mantas,
agua potable en bidones y mucho pan, estuvimos allí unos días. Con qué
salvajismo nos comportamos, si parecíamos unos verdaderos changos aseándonos desnudos en el mar en las noches, comiendo en
una fogata y durmiendo a la intemperie arrullado por las estrellas y el oleaje.
En esa vida natural, me olvidé por completo de Mengue. Fue como una vida
completa en un par de días. Recordando ahora ese episodio de mi historia
personal, se me muestra como una etapa a aparte. Hasta aquella tarde en que
sabía que debía volver a casa y al colegio donde estaba Evelyn y su hermana.
Ayudó
a esa intranquilidad el hecho que la noche anterior, mis hermanos y yo
estuvimos charlando de espantos y demás elemento misterioso en nuestras
infantiles mentes.
-Pero,
la que sí es terrible es La Llorona. Un fantasma que llora en las noches
buscando a sus hijos.
La
historia ya la sabía. Incluso estaba seguro que la había escuchado en noches de
viento en el despoblado de El Salvador. ¡Qué miedo!
Pero
en aquella absoluta soledad, la historia de este particular fantasma, me dio
más miedo de lo normal. Recostado en plena noche mirando las múltiples
constelaciones y escuchando el melancólico mar, creía escuchar a La Llorona
allende el océano, cual fuera una sirena que me estuviera hipnotizando,
llamándome a aquellas aguas de mar turquí.
Era sin duda una variante de Mengue, pero era dulce y melancólico, atrayente,
que me envolvía.
En
la tarde, ya el paisaje de la playa cambiaba considerablemente con respecto a
la mañana. Estaba sentado el día que nos regresábamos a El Salvador frente a la
playa, cuando vi a la distancia a un hombre que caminaba hacia nosotros. Cuando
estuvo bastante cerca, y ya alertados todos nosotros, pues sabíamos que estábamos
muy lejos de un lugar habitado, pude ver que traía una caja roja como llevando
una bandeja para servir. Nos acercamos todos a ver a tan singular pescador, que
de seguro lo era. Las señoras del grupo lo interrogaron de donde venía, y se
pusieron a conversar. Por lo que pude entender, era pescador de una caleta cercana
y estaba recogiendo restos de un naufragio. Y lo que traía era una caja roja de
cuchillería de plata, que abrió ante nuestros atónitos ojos. Todo un juego de
cubiertos plateados y mojados con una clara agua de mar. Luego indicó el lugar
en donde lo encontró, al norte, cerró la caja y se fue como había aparecido
hacia el sur. Lo quedamos mirando hasta que desapareció. ¿Quién era? ¿Quién
podía vivir en aquel árido paisaje? Me quedé con la duda para siempre. Pero, en
lo que si no me quedó duda era en el naufragio.
Con
los años, de acuerdo a investigaciones personales, descubrí que se trataba de
un naufragio fantasma, pues había ocurrido hacía mucho tiempo, quizá en el
siglo 19 o a principio del siglo 20. Era un barco llamado Cihuocoatl que se
dirigía al sur desde el Perú y aún más al sur desde la Costa Pacífico de
México. En él viajaba una señora de alcurnia llamada Carola, con su hijo, fruto
de un amor fugaz y pecaminoso para las leyes sociales de la época, llamado Brunito.
La hermosa dama se había enamorado de un apuesto texano petrolero que era
casado. De este ilícito romance nació el muchacho. El texano volvió a Estados
Unidos y la alta sociedad de México repudió a la buena mujer. Con el dinero que
le dejó su esporádico amante, decidió irse de su tierra, rumbo al Perú. Su
único valor en esta vida era el pequeño Brunito.
El
Cihuacoatl desembarcaría en Callao, y después seguiría rumbo a Valparaíso. Por
alguna razón extraña, la madre decidió continuar hasta Valparaíso.
Una tormenta
a la altura de Chañaral hizo naufragar al barco, donde toda la tripulación
desapareció, excepto Carola, que inconsciente llegó a aquellas solitarias
playas de la Tercera Región. Fue encontrada por unos pescadores. Se repuso y se
quedó viviendo en Chile, en Taltal. Pero del dolor de la pérdida de su hijo,
nunca se repuso, y ya a la vejez se volvió loca y comenzó a vagar por las
arenas del desierto costero llorando, llamando a su hijo. Hasta, que dicen la
encontraron muerta a principio del siglo 20 en la Playa donde estábamos. Dicen
que se había vestido con unos trajes que la marea de vez en cuando liberaba a
la playa.
Un
dato anexo he de agregar al respecto. La bisabuela de Carola era una india
mazateca que se decía era descendiente de Aztecas.
Ese
juego de cuchillería era sin duda de aquel fantasmal naufragio que se llevó la
vida de Brunito. Lo malo es que pasó por delante de mí. El fantasma de aquella
llorona debe haber visto en mí a su hijo, pues me llamo igual a aquel
infortunado, y debió haber tenido a su muerte la edad que yo tenía entonces.
Camino
a casa de noche veía en las cavernas de la erosión de Atacama la boca de Carola
llamándome:
-Brunito,
Brunito, hijo mío, donde estás, ven a mí.
Una
vez en El Salvador ya muy tarde en la noche, estaba por dormirme, cuando vi
pasar volando una sombra por el exterior. No olviden que dormía en un segundo
piso.
Al
rato se empezó a oír a lo lejos en la puna el lamento de una mujer, que era
acompañados por aullidos de perros, cual mortal coro hubiese sido.
-Me
siguió La Llorona – fue mi aterrado comentario.
Este
miedo terminó el mismo día en que se lo comenté a mi mami. De ahí en adelante
seguí viviendo relativamente tranquilo.
Epílogo
La
última vez que vi a Mengue yo estaba en Copiapó en la Universidad de Atacama, y
curioso, estaba acompañado de una mujer ¿Carola o Evelyn?
Lo bueno de todo esto
es que solo se trata de un cuento inventado por mí, ¿o, no?
Fin
2015
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