miércoles, 19 de agosto de 2015

Poemario



Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño: mas cuando fui hombre, deje lo que era de niño.
1 Corintios 12. 11

Esta máxima bíblica reflejaba claramente mi estado cuando recopilé, hace diez años atrás, mis poemas, escrito en un espacio menor de tiempo.

He de aclarar que nunca fue mi fuerte la poesía, pero, no por eso debo ocultarlos o destruirlos como susurros quemados en lo profundo. En todo caso esa apreciación debo dejarla a usted, casual lector, que es en último caso, el verdadero crítico de un artista.

Otra cosa, esta recopilación nació con el propósito de presentarse al Concurso de Poesía de La Revista de los Libros de El Mercurio de Santiago de Chile de esa fecha. Por lo tanto mis primeros lectores fueron los jueces de aquella contienda. Y habrían sido los últimos, si una amiga muy especial no me demuestra su interés de leerlos. Así es como nace este poemario.

He de esclarecer, no obstante, algo; cuando decidí participar en  aquel certamen, lo iba a presentar con un poema de mi autoría titulado “los sueños de mi niñez”. Esto fue en el norte de Chile, en la ciudad de Antofagasta. Cuando comencé con la agrupación de mis obras poéticas, faltaba no obstante este verso. Por más que busqué en anaqueles y estropeados artificios personales, no lo encontré. Éste se había quedado en el despoblado de Atacama, a donde partí un día a dejar parte de mi niñez, plasmada en escritos y figuras, como mudo testigo de mi paso por esa tierra. El fuego de una incipiente fogata bajo el cielo más estrellado que he visto nunca, fue el único espectador del canto de mi infancia.

Hay que entender lo antes expuesto, como cuando se le pregunta a un niño: ¿Qué quieres ser cuando grande? A lo cuál el pequeño interpelado responde: Astronauta, bombero, policía, etc. Llegué, entonces a la comprensión de este diálogo preestablecido. Fue el momento en que habría respondido con otra frase, otra idea, con otra cosa. Había dejado de ser niño. Como lo que establece San Pablo en el encabezado de estas líneas.

Sin embargo, mi opera prima comenzó con otro escrito, con falta de ortografías, por cierto.

Mi espíritu tendido a la mística, me hizo suponer que ese hecho afectó mi crédito en el mencionado encuentro.

El tiempo pasó, Nuevo rostro, nuevo destino, hasta que volví a tomar la pluma y seguir mi capacidad, ya asumida totalmente. Descubro entonces, que aquel minúsculo percance nunca tuvo la menor incidencia. ¿Había crecido, ya? Por cierto que sí. Así lo demuestra el poema apéndice que agregue en este siglo: HACE UN TIEMPO, ESTEFANÍA. Para continuar más adelante con más creaciones.

Las cosas de niño fueron dejadas solo para enterarme que, queda mucho por conocer como lo plantea la misma misiva bíblica a los corintios:

Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido.
1 Corintios 12. 12

lunes, 20 de julio de 2015

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Decálogo de buen Zombi.

1.- Un buen zombi no tiene cerebro, (o al menos no funciona) se lo comieron los gusanos. Por lo tanto su existencia y en estricto rigor su No Existencia, transcurre entre la idiotez y la estupidez humana.

2.- Un verdadero zombi no ama, ya que no tiene corazón. Fue su primer órgano que dejó de funcionar. En el día ama como un condenado y en la noche destruye a quienes ama pues un ave mágica les devora el corazón. Como Prometeo fue condenado que se le comiera su corazón cual hígado, en la noche, para ser regenerado en la mañana. Por eso es que los zombis  mayoritariamente viven en la noche. En el día son como humanos comunes y corrientes amando y odiando como todos.

3.- Un zombi de la más granada cepa puede ser mujer u hombre, ojo que nunca pierde su sexo. No me  pregunten por qué, pues no sé, además nunca pierde la forma antropomorfa aunque haya estado enterrado siglos en la más desoladora de las profundidades abismales. Por lo tanto puede seguir comportándose como un animal como todo el género humano.

4.- En el pináculo de la cumbre zombi no existe el tiempo. Ojo esta parte tiene que ver con la física cuántica. Les explico, el tiempo solo existe en las mentes de aquellos que se dicen vivos o de los zombis que pasan por el día. Al no tener cerebro no tienen tiempo de existencia, por eso que se mantienen en las condiciones aparentemente equilibradas de la podredumbre, y esto, también explica por qué los muy malditos apenas se mueven e igual alcanzan a la dulce doncella que corre desesperada para no ser devorada por aquellos engendros del infierno. Para más detalle dirigirse a la obra: “Teoría Cuántica y el Cisma en Física” de Popper, Karl R. Madrid, Edit. Tecnos, 1996.

5.- Un zombi que se precie de tal, seguirá uno de los más grandes andamientos, también aplicado a quienes se consideren vivos o humanos o simples mortales, y es: “Te comerás a tu prójimo como a ti mismo”. (Vínculo con  los diez mandamientos zombi*). Duda razonable, para que querrán comer si no tienen estómago y ni siquiera tienen sangre, bueno, quién sabe.

6.- La creme de la creme del mundo zombi es el aparente trabajo en equipo de dos o más zombis cuando salen de caza en las nauseabundas  noches. Así, uno de estos esperpentos siempre comparte su comida y sus pecados al menos que estén en franco peligro de desaparecer definitivamente de este plano cognitivo. Un momento de duda. Cómo es posible un nivel de organización si no tienen una neuropsiquiatría que los respalde .Compárese con:
http://educacion.idoneos.com/index.php/Din%C3%A1mica_de_grupos (2007); y
http://www.asoc-aen.es/aAW/web/cas/index.jsp (2007)

7.- La más alta alcurnia zombi jamás se comportaría como aquellas ridiculeces del video clip Thriller de Michael Jackson, diciembre 1983, más bien su compartimiento debe ser como en La Noche de los Muertos Vivientes-1968

8.- Nunca ha saboreado la existencia un zombi (este punto es el más polémico de todos) quien no ha disfrutado unas rancheras con el más puro estilo Punk. Como es el caso de la Chichería Don Pepe que está en Esperanza con Romero (Santiago de Chile) o como “Desde el Crepúsculo al a amanecer” de Quentín Tarantino, aunque ahí eran vampiros, ¡que belleza si hubieran sido zombis!, snifff.

9.- El zombi de las más altas esferas solo emite sonidos escalofriantes y guturales, de tal forma que quien los escucha siempre sabe que es un zombi, o se trata de zombis. Como es el caso que siempre los extraterrestres hablan como  estúpidos afeminados drogados o hablan en forma metálica, los sabios hablan al revés como Joda, de la Guerra de las Galaxias y Tarzán que habla como idiota, etc.


10.- La  apoteosis de un zombi es buscar la vida, dejando su podredumbre no vida, si es que no muere antes.
            La Guerra Santa

Guerra Santa

Desde su cuna saliente
La guerra inminente
Abram con sus rebaños
Huye de sus regaños

Guerra Santa

La tierra está cansada de oír lamentos
De la sangre muerta cubriendo cimientos
Y cuerpos que por fe diseminados
Muerto el infiel contaminado

La guerra santa

Siglo veintiuno la gloria

Diseminado como una noria

domingo, 10 de mayo de 2015


EL MENGUE, LA LLORONA  O EL NACIMIENTO DE LA OBSESIÓN

Juan Rojas Olivares



Autor: Juan Rojas Olivares
Diseño de portada: Sebastián Rojas Gómez




mengue. m. fam  El diablo.
Diccionario de la Lengua Española.
Real Academia Española
Real Academia Española © Todos los derechos reservados



Me era difícil remontarme al pasado de mi vida. Sí, sí…ahora lo recuerdo. Estaba en el comedor de la casa.

Entonces tenía ocho años. El mantel y nuestras acostumbradas posiciones para almorzar. Mi madre y nosotros cinco, sus hijos.

Mi madre narraba: “…Él existe, tiene cuerpo y puede metérsenos en nuestra alma y apoderarse de nosotros... Es el diablo, el espíritu del mal”.

Yo no dije nada, pero empecé a sentir miedo. “Estoy expuesto a pertenecer  a Satanás”.

La comida ya la olvidé. El lugar, la casa de la Minera, en El Salvador, Tercera Región, Chile. 1975, el año; toda una época, Pop.

El día transcurrió  con ese sobresalto dentro de mí. – ¡Oh! ¡Dios, protégeme!

En clases, el primer piso de mi colegio, típico colegio norteamericano, en una sala poblada de luz y olor a naranja de la colación, y a lápiz y a goma. Yo sucio de tiza y tierra del recreo, cansado y sudoroso. Mis compañeros, todos inquietos, cantando los últimos Hit, del programa de televisión “Música Libre” de aquella época. Y un muchacho, el líder del curso, Jaime, tenía movimientos particulares, sobre todo con la mano, que a todos llamaba la atención.

Fue esa tarde, en que yo me poseí del espíritu del mal. Repetí con vaga exactitud uno de los ademanes de Jaime. -¡Oh! Dios mío que voy a ser. Estoy poseído por el demonio. Él está dentro de mí – me dije. Inmediatamente el día, que era de sol se me tornó oscuro, como invierno. Esperaba que terminaran las clases de la jornada para huir a mi casa. Quería esconderme de Satanás, pero sabía que no podía; ahora él era parte de mí ser. Escapé antes de finalizar el horario reglamentario. Sin embargo, a pesar de todo, el paisaje a casa fue hermoso, la tierra flotaba al atardecer y brillaba el sol en lo alto del inmaculado cielo.

-Hijo, ¿Por qué salió tan temprano?

-Es que… las clases… el profesor no estaba. (Madre, tengo un demonio dentro, quiero exorcizarme, pensé decirle. Es más se lo grite con mi pensamiento.)

Ya tarde, en la tarde, llegaron mis primos a visitarnos. Como jugué con ellos, logré evadirme del pensamiento causante.

En la noche, a las once, ya estaba dormido. Desperté sobresaltado. El Diablo está allá abajo y está subiendo por las escaleras. Me llevará. Seré malo por toda la vida. Va en la mitad de las escaleras. Quisiera despertar a mis hermanos; ellos duermen tranquilamente. Mi padre, mi madre. Aquella noche no pude dormir. Me escondí bajo las frazadas de mi cama.

Él me sigue a la escuela, a cualquier parte. Quiero terminar con esto. Concurro a la Iglesia, una parroquia en medio del campamento. Me arrodillo en la puerta, siempre está abierto. Entonces rezo:

-Jesús, libérame, déjame dormir. Él está en el cerro, en mi cama, en todas partes. Lloro, estoy sobresaltado todo el tiempo.

Ahora, sin embargo, miro todo de otra manera.

Sueño con una oscura caverna, perdida en la puna de la Cordillera. Luego salgo a una oscuridad exterior, peor. La puna es una neblina espesa. Me gusta, pero, un cosquilleo en mi exterior no me deja tranquilo. Ya nunca más la oscuridad exterior me dará miedo. Es solo este andar trémulo, timorato, que no me deja, el que me  enloquece. Entonces el olor a lentejas de los lunes y el sudor. Al hospital, a encontrarme con otro olor, a éter, a remedios. Luego el jabón y el agua de la tina y el sucio uniforme y el peinado “lamío e’ gato”, con mi Luzbel. Al colegio.

-Bruno, la lectura

Yo turbado

-Todavía no aprendes a leer. ¡Qué vergüenza! ¿No?

-(Profesora, estoy alterado, soy un Mengue). Señorita, me siento mal, puedo ir al baño.

-Te apuras.

-(He oído decir a mi mami que el mundo desaparecerá. Unas mujeres botaban gusanos y ranas por la boca. Sin duda eran de Belcebú. ¿Quedaré igual?)

En el pasillo estaba un niño sentado en el suelo, lloraba apoyado en la pared.

-¿Qué te pasa?

Dos adolescentes se me acercaron y cada uno me golpeó en la cara, con la intención de hacerme llorar. Corrí hacia la puerta de la sala, los miré, no con odio.

-¡Me vengaré, mierdas! – en qué momento había aprendido aquella palabra.

Los días siguientes pasaron sin mayor variación. Luzbel estaba en todas partes. No comía bien. No dormía bien. Estaba en las escaleras, de noche. Trataba de soñar otras cosas. Todo inútil, pues el sobresalto continuaba en el día y en las clases.

Hasta que un buen día, en que todo estaba tranquilo, decidí terminar con mi embrujo, me exorcicé y volví a la normalidad.

Evelyn, me recuerda a los budines de panes que mi madre hacía, con el dulce de miel de cacao. Era sin duda la niña más linda del curso. Fue un día que llevé un trozo de budín bañado en miel que decidí escribir una misiva llena de errores ortográficos a Evelyn, declarándole mi amor. La carta se la entregó Rolando, un amigo de aquel turbado tiempo.

Al otro día todo se truncó. A la salida de clases Evelyn me interceptó.

-Mi madre te va a acusar a tu mamá cuando venga a reunión de apoderados.

-Yo no fui el que escribió esa carta – le dije.

Me molestó el olor del colegio. Corrí y estaba rojo de vergüenza.

¡Que chasco! Pero, eso no es todo. Había algo más.

Otro día estábamos formados para ingresar a clases cuando vi a la hermana de Evelyn. Debe haber tenido 16 años, tan hermosa como la menor.

Y pensé lo más estúpido de todo: -Es el Diablo que quiere llevarme al infierno.

Entonces empecé a ver en todo momento y en todo lugar a esta muchacha.

-(¿Cómo? Solo pude ser un mensajero del mal. Pero, ahora no está dentro de mí. Entonces quiere apoderarse de mi alma, esa es la razón por la que me sigue.)

En verano, mi familia y yo nos fuimos a Caldera. Que alegría más grande. Me alejaré del demonio hecho mujer.

Pero no tardé en verla, cuando caminaba por la línea del tren en la playa.

Dejé que me siguiera por todas partes. Estaba decidido a no hacerle caso.

Llegó de nuevo el tiempo de clases. Determiné que mejor debía contar todo a mi mami. Todo el cultivo de diablos brujas, Belcebú, Luzbel, “La Llorona”, “La Vieja de los Tacones”, “La Viuda Negra”, etc., que me había creado.

-A tu padre, cuando estaba pequeño, le pasó lo mismo. ¿Sabes cómo se le quitó? Lo sentaron a poto pelao’ en un balde de agua fría. – Me dijo una vez le conté esta extraña historia.

-Entonces lo haré yo también.

-No seas bobo, es solo una tontería

Tontería. – (Has sido un tonto, Bruno. Has hecho el ridículo hoy y todo este tiempo. Mañana no lo serás más. Olvídate del Diablo. No existe. Ningún demonio es verdadero. Todos los has creado. Y así los destruirás)

Al cielo le llamas infierno
Y te escondes detrás de tu pasado histórico,
Caminas por senderos oscuros,
Para después no salir…
Bruno Rojas, Febrero de 1986


(Carta a Evelyn)

Querida Evelin:

            Estube pensando en ti y queria decirte que me gutas y que quiero darte desos en la voca.
            Evelin yo te amo y siempre te miro en clases, tengo miedo de decirte que te quiero pero ahora te escribo esta carta.
            Te mando muchos desos.
            Bruno

(Nota: Debo aclarar que por ese tiempo yo sufría de una notoria dislexia. La cual se aprecia en la carta que escribí  tendido en el piso del baño una tarde de otoño a Evelyn)


Esa es la extraña historia de Mengue. Después de aquel tiempo, pareció que todo se normalizó. Incluso cuando se lo conté a mi hermano, años después, parecía tan lejano. Pero cuando transcribí estas notas, me di cuenta que había cabos sueltos, y parte de la historia que solo nombré pero no desarrollé cabalmente. Por ejemplo: quién es La Llorona, La Viuda Negra, La Vieja de los Tacos. Sin duda son solo leyendas urbanas, que aquí tendrían un carácter particular con mi narración. No obstante dejo el trabajo de dilucidar todo esto a aquellos estudiosos compiladores de datos folclóricos de las ciudades. O quizá yo, cuando nos encontremos de nuevo aquí.

Solo agregaré una anécdota más al texto original de Mengue.

Como siempre estaba intranquilo aquella tarde en la playa Rodillo. Era esta playa una zona deshabitada en el desierto en el Norte Grande, que habían decidido explorar mis padres con unos vecinos en una camioneta. Nada más unas mantas, agua potable en bidones y mucho pan, estuvimos allí unos días. Con qué salvajismo nos comportamos, si parecíamos unos verdaderos changos aseándonos desnudos en el mar en las noches, comiendo en una fogata y durmiendo a la intemperie arrullado por las estrellas y el oleaje. En esa vida natural, me olvidé por completo de Mengue. Fue como una vida completa en un par de días. Recordando ahora ese episodio de mi historia personal, se me muestra como una etapa a aparte. Hasta aquella tarde en que sabía que debía volver a casa y al colegio donde estaba Evelyn y su hermana.

Ayudó a esa intranquilidad el hecho que la noche anterior, mis hermanos y yo estuvimos charlando de espantos y demás elemento misterioso en nuestras infantiles mentes.

-Pero, la que sí es terrible es La Llorona. Un fantasma que llora en las noches buscando a sus hijos.

La historia ya la sabía. Incluso estaba seguro que la había escuchado en noches de viento en el despoblado de El Salvador. ¡Qué miedo!

Pero en aquella absoluta soledad, la historia de este particular fantasma, me dio más miedo de lo normal. Recostado en plena noche mirando las múltiples constelaciones y escuchando el melancólico mar, creía escuchar a La Llorona allende el océano, cual fuera una sirena que me estuviera hipnotizando, llamándome a aquellas aguas de mar turquí. Era sin duda una variante de Mengue, pero era dulce y melancólico, atrayente, que me envolvía.

En la tarde, ya el paisaje de la playa cambiaba considerablemente con respecto a la mañana. Estaba sentado el día que nos regresábamos a El Salvador frente a la playa, cuando vi a la distancia a un hombre que caminaba hacia nosotros. Cuando estuvo bastante cerca, y ya alertados todos nosotros, pues sabíamos que estábamos muy lejos de un lugar habitado, pude ver que traía una caja roja como llevando una bandeja para servir. Nos acercamos todos a ver a tan singular pescador, que de seguro lo era. Las señoras del grupo lo interrogaron de donde venía, y se pusieron a conversar. Por lo que pude entender, era pescador de una caleta cercana y estaba recogiendo restos de un naufragio. Y lo que traía era una caja roja de cuchillería de plata, que abrió ante nuestros atónitos ojos. Todo un juego de cubiertos plateados y mojados con una clara agua de mar. Luego indicó el lugar en donde lo encontró, al norte, cerró la caja y se fue como había aparecido hacia el sur. Lo quedamos mirando hasta que desapareció. ¿Quién era? ¿Quién podía vivir en aquel árido paisaje? Me quedé con la duda para siempre. Pero, en lo que si no me quedó duda era en el naufragio.

Con los años, de acuerdo a investigaciones personales, descubrí que se trataba de un naufragio fantasma, pues había ocurrido hacía mucho tiempo, quizá en el siglo 19 o a principio del siglo 20. Era un barco llamado Cihuocoatl que se dirigía al sur desde el Perú y aún más al sur desde la Costa Pacífico de México. En él viajaba una señora de alcurnia llamada Carola, con su hijo, fruto de un amor fugaz y pecaminoso para las leyes sociales de la época, llamado Brunito. La hermosa dama se había enamorado de un apuesto texano petrolero que era casado. De este ilícito romance nació el muchacho. El texano volvió a Estados Unidos y la alta sociedad de México repudió a la buena mujer. Con el dinero que le dejó su esporádico amante, decidió irse de su tierra, rumbo al Perú. Su único valor en esta vida era el pequeño Brunito.

El Cihuacoatl desembarcaría en Callao, y después seguiría rumbo a Valparaíso. Por alguna razón extraña, la madre decidió continuar hasta Valparaíso.
Una tormenta a la altura de Chañaral hizo naufragar al barco, donde toda la tripulación desapareció, excepto Carola, que inconsciente llegó a aquellas solitarias playas de la Tercera Región. Fue encontrada por unos pescadores. Se repuso y se quedó viviendo en Chile, en Taltal. Pero del dolor de la pérdida de su hijo, nunca se repuso, y ya a la vejez se volvió loca y comenzó a vagar por las arenas del desierto costero llorando, llamando a su hijo. Hasta, que dicen la encontraron muerta a principio del siglo 20 en la Playa donde estábamos. Dicen que se había vestido con unos trajes que la marea de vez en cuando liberaba a la playa.

Un dato anexo he de agregar al respecto. La bisabuela de Carola era una india mazateca que se decía era descendiente de Aztecas.

Ese juego de cuchillería era sin duda de aquel fantasmal naufragio que se llevó la vida de Brunito. Lo malo es que pasó por delante de mí. El fantasma de aquella llorona debe haber visto en mí a su hijo, pues me llamo igual a aquel infortunado, y debió haber tenido a su muerte la edad que yo tenía entonces.

Camino a casa de noche veía en las cavernas de la erosión de Atacama la boca de Carola llamándome:

-Brunito, Brunito, hijo mío, donde estás, ven a mí.

Una vez en El Salvador ya muy tarde en la noche, estaba por dormirme, cuando vi pasar volando una sombra por el exterior. No olviden que dormía en un segundo piso.

Al rato se empezó a oír a lo lejos en la puna el lamento de una mujer, que era acompañados por aullidos de perros, cual mortal coro hubiese sido.

-Me siguió La Llorona – fue mi aterrado comentario.

Este miedo terminó el mismo día en que se lo comenté a mi mami. De ahí en adelante seguí viviendo relativamente tranquilo.



Epílogo

La última vez que vi a Mengue yo estaba en Copiapó en la Universidad de Atacama, y curioso, estaba acompañado de una mujer ¿Carola o Evelyn?

Lo bueno de todo esto es que solo se trata de un cuento inventado por mí, ¿o, no?





Fin

2015



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